Sobre la memoria
Hace unos años, durante unas vacaciones tuve un gran privilegio: hacer una breve excursión en un barquito por la costa canadiense del Pacífico para avistar ballenas. Al cabo de una hora aproximadamente, las vimos, eran tres ejemplares, el barquito se quedó a una distancia prudencial de semejantes moles y todos los turistas nos precipitamos fuera de la cabina para ver a los cetáceos.
En realidad el espectáculo solo consistía en ver como los animales proyectaban la mitad de su enorme cuerpo fuera del mar para coger aire y como se sumergían de nuevo desplazando con la aleta caudal una inmensa cortina de agua. No sé por qué, pero creo que todos los presentes sentimos una gran emoción ya que hubo un murmullo de sorpresa que reflejaba eso, sorpresa y satisfacción. Y entonces, todos sacamos nuestras cámaras digitales, con más o menos teleobjetivo, o el móvil e incluso vi a alguna con una tablety nos pusimos a pulsar frenéticamente el botón para fotografiarlas, yo también por supuesto. Quería obtener unas buenas fotos, pero al cabo de un momento pensé: o hago fotos o miro… y miré, dejé de mirar por el recuadro de la cámara y las vi, con mis propios ojos.
En realidad fue una suerte, porque aunque obtuve unas cuantas fotos mediocres, en cambio, sí que guardo un recuerdo extraordinario teñido de frío, viento, sorpresa, agua de mar y una alegría tal vez pueril, un sentimiento de hermandad hacia esas bestias. Desconozco la causa de la simpatía (y empatía) que los humanos tenemos por los mamíferos marinos: ballenas, delfines, cachalotes o rorcuales… quizá en desagravio porque nuestra especie casi acaba con ellas (*).
Traigo a colación esta anécdota por un estudio realizado en el Departamento de Psicología de la idílica Universidad de Fairfield en Connecticut. Consistía en medir la respuesta de un grupo de personas que visitaban un museo, tanto el recuerdo como las sensaciones que habían tenido en el mismo.
Los participantes del estudio fueron divididos en dos grupos, a uno se les indicó que solo podían observar, y a los del otro grupo se les permitió tomar todas las fotos que quisieran.
…o apreciando los cuadros. |
Al final del recorrido, las personas que tomaron fotos tenían grandes dificultades para recordar los objetos que habían fotografiado, mientras que las personas del grupo que solo miraban recordaban mucho mejor lo que les había atraído la atención. También la satisfacción subjetiva fue mayor en el grupo de “mirones” que en el de “fotógrafos”.
¿Conclusiones? Se trata de una investigación modesta, pero apunta hacia aquello que todos intuimos: la lente de la cámara puede velar nuestra experiencia, y de nuestro afán de recolectores de instantáneas podría ser que nos perdiéramos esos detalles que hacen especiales algunos momentos que vivimos.
Toda nuestra memoria está en la nube |
Por el contrario, parece que hemos transferido nuestra memoria a nuestro ordenador, a “la nube”, a Instagram, al Facebook… Y exhibimos nuestra cotidianidad con profusión y pertinacia.
Al político de turno, por hacer una «selfie» con la paella, se le cayó en móvil dentro |
Como siempre, la virtud está en el término medio, fotografía y memoria dialogan entre sí y nos ayudan a recordar o mejor dicho a rememorar, pero puestos, que sea algo que valga la pena.
Las ballenas
Históricamente las ballenas han sido capturadas desde la antigüedad para aprovechamiento de sus recursos, en principio solo aquellos animales varados, aunque desde el siglo XI, se inició la pesca (creo que le dicen la caza) de ballenas, práctica que iniciaron pescadores vascos en el Golfo de Vizcaya… Con el paso de los siglos y la sofisticación de los medios, el hombre casi logró su extinción.
Grabado acerca de la caza de ballenas por pescadores del Golfo de Vizcaya |