En sentido amplio podemos hablar de adicción cuando un algo externo, ya sea una sustancia, una actividad o incluso una relación interpersonal genera una dependencia tal, que te obliga a estar en permanente contacto con ella. No solo hay esa necesidad de proximidad o de consumo, sino que la imposibilidad de llevarla a cabo genera consecuencias emocionales, de comportamiento y de pensamiento.
En primer lugar, hay que advertir que la “Adicción a internet”, “Ciberadicción”, “Adicción a las redes sociales” o similares no figuran como categoría diagnóstica dentro de los manuales de diagnóstico al uso. En la categoría que le correspondería, la de “Trastornos adictivos no relacionados con sustancias” solo se recoge el “Juego Patológico”.
Es evidente que se tiende a infravalorar la obsesión por el móvil, por internet, por los juegos on-line porque no sienten que fisiológicamente les haga daño, en el sentido de que no ingieren sustancias adictivas. Lo cierto es que dejar de jugar al videojuego, perder el móvil o no estar conectado para muchas personas sí que tiene consecuencias, como la irritabilidad, la incertidumbre, el aburrimiento y el nerviosismo.
Esta apreciación cobra mayor fuerza cuando observamos que cada vez son más los jóvenes (y no solo ellos, también muchos adultos) se ven atrapados en conductas vinculadas a recibir gratificaciones exclusivamente por el uso de las nuevas tecnologías.
Todos estaríamos de acuerdo en que estas tecnologías de la comunicación no son nocivas en sí misma, y que facilitan la vida a muchos, pero también nos damos cuenta de cómo ocupan nuestro tiempo y sobre todo como producen una interferencia o distracción por su intromisión continuada, claro, si permitimos dicha intromisión. En este sentido, el del control por parte del sujeto de la tecnología, apreciamos que los jóvenes son más vulnerables por cuatro razones básicas:
- Se encuentran en pleno proceso formativo de su personalidad
- La necesidad imperiosa de estar conectados con sus iguales
- La tendencia a buscar estímulos inmediatos
- Para muchos niños y adolescentes de hoy en día, lo virtual tiene tanta realidad como las relaciones presenciales.
A pesar de no estar reconocida como patología “oficial” la OMS estima que una de cada cuatro personas sufre trastornos de conducta vinculados con las nuevas tecnologías, esto es un 25% de la población, cifra que nos parece muy alarmante. Sin embargo, estudios realizados en España han calculado que entre un seis y un nueve por ciento de los usuarios habituales de la red podría haber desarrollado algún comportamiento adictivo.
¿Por qué son adictivas las nuevas tecnologías? Por varias razones, que podemos enumerar:
- La inmediatez.La sensación de estar conectado es muy atractiva: escribir un mensaje y que te llegue una respuesta al momento, poder tener toda la información del mundo en milisegundos, estar continuamente interactuando, participar, tener protagonismo. Tengamos en cuenta que vivimos en una sociedad con prisa, que valora la rapidez en exceso.
- La estimulación sensorial, especialmente visual y auditiva.Los sentidos se implican y se magnifican, y se reciben multitud de estímulos, por ejemplo en los videojuegos, cada vez más atractivos gráfica y visualmente.
- La recompensa tras la toma de decisiones. Ante un videojuego se estimulan variables psicológicas como la toma de decisiones, la elección, la planificación… esto es con la participación el cerebro se estimula. En un principio, esto no nos parece malo, ya que hay que pensar y ello nunca parece malo y se obtienen éxitos y fracasos, que se refuerzan además con el soporte visual y auditivo que potencian la gratificación.
- La participación social. Se “escucha” nuestra opinión en foros (redes sociales) en los que participa mucha gente… Con ello se fomenta la sensación de pertenencia. Personas que no se atreverían a manifestar una opinión hablada pueden hacerlo a través de twitter, Facebook, etc. Y ello, salvaguardando la intimidad, por esa protección del pseudo-anonimato. Incluso asistimos a una necesidad de la regulación de aquello que se expresa a través de las dichosas redes, ya que parece que se puede insultar y vilipendiar impunemente.
- La comodidad. Realmente es más cómodo llevar un e-book con un centenar de libros que un solo volumen en papel. En el Smartphone y al alcance de los dedos tenemos nuestro correo electrónico, nuestra música, vídeos, las dichosas redes sociales, la prensa, internet. ¿Qué más queremos?
¿Cuándo se puede considerar patológico el uso cibernético?
La respuesta más habitual sería cuando interfiere de un modo significativo en las actividades habituales. Sin embargo, esta interferencia sobre los hábitos tampoco es un criterio estable, ya que estos hábitos difieren de un sujeto a otro variando en función de sus circunstancias y disponibilidad tanto de tiempo como de dinero.
No es lo mismo que un empleado utilice su ordenador del trabajo durante largos períodos de tiempo para conectarse a Facebook, que lo haga una persona que está jubilada… pero ¿si lo hace un parado? No sería mejor que invirtiera dicho tiempo en buscar trabajo (ah, esto se hace ahora vía internet) o en estudiar y formarse.
Ni que digamos el tiempo que pueden utilizar los estudiantes en partidas de juegos on-line… ni que decir tiene que padres y profesores preferirían que estudiaran (ah, también se utiliza el ordenador ahora). Ni que decir tiene la batalla de algunos padres con sus hijos adolescentes para que apaguen el teléfono móvil durante el tiempo de estudio, en comidas familiares, durante el sueño nocturno. A la vez que esgrimen la queja de que nunca están conectados cuando, estando fuera de casa, se les quiere decir algo.
Bueno, al margen de si es o no patología, podemos decir que si es un problema para algunas personas controlar el tiempo que le dedican. Les vamos a denominar “usuarios excesivos”. Dentro de éstos, a su vez podemos distinguir entre:
- Aquellas personas muy aficionados e interesados por sus ordenadores que usan la red para obtener información, jugar en solitario, obtener nuevos programas, etc… pero sin establecer ningún tipo de contacto interpersonal. Este tipo de uso que puede parecernos normal (si se limitara a lo razonable el tiempo de conexión) sería el que en un extremo efectúan aquellas personas sumamente introvertidas y aisladas socialmente (como los llamados hikikimori, de los que ya hemos hablado).
- Otro tipo sería el de aquellas personas que frecuentan foros, redes sociales y están conectados con otras personas (reales o virtuales) a través de estos espacios, y que tienen en común la búsqueda de estimulación social, buscando una necesidad de ser reconocidos, coleccionando los “Like” de las redes sociales como forma de aceptación y sustitutivo de la auténtica amistad.
¿Por qué se produce la ciberadicción?
Sabemos que la adolescencia, con sus cambios físicos y psicológicos, representa un período de vulnerabilidad, cambio y adaptación. Lógicamente es también un periodo de inseguridad, y el anonimato o pseudo-anonimato de estas tecnologías puede ofrecerles un “marco” de seguridad.
Por otra parte, no olvidemos el entorno familiar, que ha influido e influye en los hábitos del niño y del adolescente. Son frecuentes las situaciones de niños que han pasado mucho ante la pantalla del televisor, jóvenes con normas poco claras o inexistentes y también adultos permanentemente conectados que poca fuerza moral tienen para imponer restricciones en este sentido.
Asimismo, el consumo excesivo de tecnologías puede estar provocado por algún problema previo que no ha sido detectado: introversión, sentimientos de soledad, falta de amigos, incluso situaciones de acoso escolar entre otras pueden llevar a nuestro adolescente a refugiarse en las tecnologías.
Síntomas de alarma de la ciberadicción:
Ante estas señales, vale la pena estar atento por si se está produciendo este problema:
- El adolescente se aísla de la familia, encerrándose en sí mismo porque solo piensa en conectarse a la red.
- La rutina del joven cambia de tal forma que todo lo demás pasa a un segundo plano, convirtiéndose el ordenador o su Smartphone en el centro de su vida.
- El carácter del adolescente va cambiando, estando irascible y con un humor voluble. Se desinteresa por las relaciones sociales, estando ausente y distante en situaciones de grupo, incluso con sus propios amigos.
- Experimenta auténtica ansiedad en caso de no poder conectarse a internet, viviendo esto con gran dramatismo. Ello suele acompañarse también de un bajo nivel de estudios.
Recordemos además que no es preciso que el adolescente se encierre en su habitación con el ordenador. Ahora internet, las redes sociales, los juegos en línea, todo lo tiene a su disposición a través del teléfono, con el que hace foto, las “sube”, habla con sus amigos por las aplicaciones de mensajería instantánea, hace vídeos, los “cuelga” y un larguísimo etcétera.
Según el Instituto Nacional de Estadística (2015) un tercio de los niños de diez años tiene teléfono móvil, entre los de trece años el porcentaje es superior al 78% y a los 15 años alcanza el 90%.