El concepto de dismorfofobia o “Trastorno dismórfico corporal” es algo más que la “obsesión” (hablando en términos coloquiales) por la belleza o por la imagen corporal, propia de esta sociedad nuestra que enaltece la juventud, la estética y la salud, considerándolos sinónimos y por lo tanto valores a perseguir a toda costa.
En este tipo de contexto no es extraño que aumente la preocupación por la apariencia física y, lógicamente, esta preocupación afectará más a los sujetos que son vulnerables a las influencias sociales. Influencias que se transmiten a través de los medios de comunicación (nuevos y novísimos) y también por la presión del propio grupo social, siendo los jóvenes los principales receptores de esta corriente de exaltación de la imagen. Esta preocupación por el físico así como el desagrado por alguna de sus características, hasta hace unos años se veía como más propio de las chicas, pero hoy en día la tendencia se ha ido igualando entre los sexos.
Sin embargo, el “Trastorno dismórfico corporal” o dismorfofobia que clásicamente tambén fue llamada llamada «Complejo de Tersites«, no es un mero interés por la belleza. Se trata de un cuadro clínico incapacitante en el que los sujetos que la padecen están intensamente preocupados por uno o más defectos percibidos en su apariencia física, por lo que se ven feos, pocos atractivos, anormales o deformes (los “defectos” pueden ser en una parte del cuerpo, nariz, orejas, muslos, en la piel, y un largo etcétera). La percepción de estos defectos no es observable o sólo muy levemente apreciado por las demás personas. Estas preocupaciones son molestas, no deseadas y consumen mucho tiempo (en promedio entre tres y ocho horas al día), siendo difíciles de resistir y controlar. Además, en respuesta a esta preocupación se llevan a cabo comportamientos o actos mentales como verificaciones y comprobaciones que son totalmente excesivos y repetitivos.
Dentro de la dismorfofobia se distingue la dismorfia muscular (más conocida popularmente por vigorexia): en este cuadro la persona tiene una visión global distorsionada de sí mismo, viéndose débil o enclenque. Y para superar esta “debilidad” se incide tanto en la conducta alimentaria encaminada a conseguir una mayor masa muscular, como en realizar una actividad física extrema, con el total descuido de otros aspectos de su vida.
En resumen, las personas que sufren dismorfofobia presentan un malestar psíquico manifiesto, invasivo y omnipresente que mina totalmente su autoestima y dificulta todas las áreas de su vida, interfiriendo en todas ellas.
¿Dónde está el origen de esta preocupación excesiva por el físico?
Desde luego es interesante preguntarse que subyace tras esta insatisfacción por la imagen. No existe una respuesta única a esta cuestión. Y desde luego se tendría que distinguir entre diferentes grados de afectación. Podríamos considerar una situación de continuum entre las personas que padecen auténtica dismorfofobia, los cuadros subclínicos de esta (aquéllos que aun sufriéndola presentan síntomas leves) y por último los que se preocupan por su aspecto corporal aunque sea en exceso (pero sin una alteración de la percepción).
El trastorno dismórfico corporal se ha asociado con factores ambientales negativos (como tasas elevadas de abandono y abusos en la infancia) pero también con factores genéticos y fisiológicos (como la elevada prevalencia de trastorno obsesivo-compulsivo en familiares de primer grado y alteraciones en la función serotonérgica).
Los autores que han estudiado a los pacientes con dismorfofobia concluyen que, como síntoma nuclear, existe una alteración del pensamiento que puede ir desde una ligera convicción hasta la ideación delirante. Pero también sufrirían una alteración en la percepción (es decir, están totalmente convencidos de su defecto físico que suele ser inapreciable o inexistente). Y los pensamientos sobre esa alteración física son de tipo intrusivo (es decir son pensamientos obsesivos) lo que les lleva a efectuar comprobaciones como mirarse al espejo o preguntar a sus allegados. De hecho, este trastorno que se consideraba un trastorno somatomorfo, desde 2013 se ha considerado que forma parte del espectro obsesivo-compulsivo, por las características del pensamiento y los rituales que le acompañan.
Tanto en los casos de dismorfofobia completa como en los que hemos denominado casos subclínicos (preocupación excesiva o insatisfacción por la imagen corporal) podemos pensar en elementos desencadenantes de origen psicológico y ambiental:
- Una baja autoestima puede ser origen y consecuencia, a la vez. Los estudios sobre autoestima confirman que buena parte de esta se refiere a lo positiva o negativa que resulte la autoimagen. Y a su vez la autoimagen en edades tempranas está ligada a la autoimagen corporal. Para una persona muy joven es muy difícil considerar cualidades de destreza e incluso de inteligencia que suelen subordinarse al atractivo físico.
- La influencia de la familia y del entorno: esto es, si la persona ha crecido en una familia en la que la imagen física era muy importante o si se ha sentido valorado o rechazado por alguna de sus características corporales.
- El “modelo corporal” de moda. Cuanto más se aleje el sujeto de este ideal puede sentirse menos aceptado en su “tribu”. Como ejemplo, fijémonos en un grupo de chicas adolescentes: probablemente parecerán hermanas por su forma de vestir, el corte de pelo, la delgadez, la gestualidad, etc…
- La sociedad superficializada. No podemos negar que vivimos en una época en que existe un culto a la imagen y la apariencia, asociándola a la felicidad. Y recordemos que detrás de todo esto existen potentes industrias: del adelgazamiento, de “estar en forma”, “de la imagen y la moda”, de lo “bio, natural y saludable”, “de sentirse bien” etc.
¿Cómo detectar que esa obsesión es ya enfermiza y la persona necesita tratamiento?
Posiblemente lo más determinante es la contaminación en otras áreas de la vida de esa persona, ya que casi todos los afectados de dismorfofobia presentan un funcionamiento psicosocial alterado debido a las irreales preocupaciones por su apariencia. Este deterioro puede variar entre moderado y totalmente incapacitante (por ejemplo, podríamos considerar “moderado” el evitar algunas situaciones sociales, como acudir a una fiesta o ir a la playa y extremadamente incapacitante cuando la persona evita completamente salir de su casa.
Cuando se aprecie que la persona no solo se preocupa por su aspecto, sino que esta preocupación hace que sus resultados académicos, su trabajo, o sus relaciones familiares y sociales se resientan, estamos ante un caso clarísimo de intervención médica.