Leo en la prensa de hoy que el 38% de los futbolistas profesionales sufren o han sufrido un episodio de ansiedad y/o depresión.
Este titular está en relación a las manifestaciones de un futbolista del F.C. Barcelona, que reconocía en una entrevista estar pasando por una crisis de desánimo y malestar psicológico.
El primer pensamiento que se me viene a la cabeza es que no son cifras muy lejanas a las de la población general, si sumamos la prevalencia de ambas patologías, y qué de todas formas, los futbolistas profesionales no son sino nuevos “hijos de la fortuna” y que el titular debería ser que el 38% de los seres humanos que habitan sobre nuestro planeta en algún momento de su vida sufrirá de una de estas patologías, que además tienen una elevadísima comorbilidad.
La comorbilidad es un término médico acuñado en los setenta del pasado siglo y se refiere a dos conceptos complementarios:
- La presencia de una o más enfermedades o trastornos además de la enfermedad primaria.
- El efecto de cualquier trastorno o enfermedad sobre enfermedades adicionales.
Pero volviendo a los futbolistas… o deportistas de élite en general. No tendrían que padecer la misma prevalencia que la población general, ya que se trata de un grupo muy específico de edad, normalmente con buena salud general y muy buena forma física… No olvidemos que estamos recomendando a las personas la práctica del ejercicio como protector frente a la depresión y el estrés, y por tanto esta disciplina ¿no debería proteger a aquellos que más la practican?
Por lo tanto ¿cuáles son sus factores de riesgo?
En el imaginario popular el concepto de deportista de elite es el de una figura ajena a los males del ciudadano común, con lo que las expectativas sobre su dimensión profesional y personal están desmesuradas. De eso se sirve la publicidad ¿por qué Rafa Nadal ha de entender de coches más que mi vecino del segundo tercera, que es un obseso del volante? O puede Iker Casillas recomendar un bufete de abogados con solvencia, repaso su biografía y tiene los mismos estudios de derecho que yo, ninguno. No quiero menospreciar a estas personas, sino señalar que los publicistas los eligen cómo personajes influyentes en la opinión pública, y esa influencia se deriva de la popularidad por su trabajo.
Pero esta popularidad, o sea hacer su trabajo en público, para el público y el sometimiento a la opinión de sus jefes, sus compañeros, los comentaristas deportivos y la opinión general, es un factor de estrés más que considerable. La convivencia del deportista con la presión supone un nexo indivisible, que según la gestión que se realice de la misma, puede acabar con una carrera profesional y lo que es mas grave, con la salud psíquica de la persona.
Quizá el caso más paradigmático fue el de Robert Enke, portero de la selección alemana y exjugador del Barcelona. A los 32 años, en 2009, jugaba en el Hannover y era el portero de la selección alemana. Pero un día de noviembre falleció por suicidio, tirándose a la vía de un tren en un paso a nivel cerca de su casa en una pequeña localidad de la región de Hannover. La depresión, parece ser que se había iniciado durante su estancia en el Barcelona y se especula que fue un desencadenante el hecho de que no triunfara en este club. Si bien es cierto que en su vida también vivió la tragedia de la muerte de su hijita de dos años, Enke y su mujer habían vuelto a ser padres de una niña adoptada, y en el momento en que puso fin a su vida estaba en un gran momento deportivo, era el portero de la selección ante el Mundial de Sudáfrica de 2010, tenía una bonita familia, reconocimiento, dinero y aparentemente había mejorado de la dolencia, pero puso fin a su lucha de forma contundente y trágica.
Otro deportista que no se libró de un trastorno depresivo fue Michael Phelps, el atleta olímpico con mayor número de medallas. En una entrevista a la cadena CNN dijo:
“Estaba sentado en mi habitación, de donde no me moví durante cuatro días… Era una bomba de tiempo a punto de estallar. No quería estar vivo. En ese momento pensé que lo mejor que puedo hacer es simplemente no estar aquí’
Es decir, medallas, premios, fama, éxito, prestigio y dinero no son vacuna para la pandemia que según la OMS afecta en el mundo a más de trescientos millones de personas.