Realmente en el lenguaje cotidiano cuando decimos «depresión» hablamos de cualquier cosa… normalmente algo que nos entristece, pero también, como el término se ha vulgarizado tanto, de cosas que nos incomodan:

«Qué mal tiempo ha hecho este fin de semana, qué depresión»

«Me deprime este color de las paredes tan oscuro»

«Que deprimente es esa película»

y un largo etcétera, ya que todos tenemos algún ejemplo de uso frecuente. 

 

Pues bien el término médico «depresión»hace referencia a una enfermedad, o mejor dicho a un grupo de  trastornos del estado del ánimo que interfieren significativamente en la vida de quién lo padece. No debemos confundirlo con el término coloquial con el que nos referimos a breves estados transitorios de desánimo, más o menos comunes, ante las dificultades del día a día. O incluso ante problemas más graves, cuyo padecimiento no siempre nos genera padecer una depresión.  

Los principales síntomas de los estados depresivos son la tristeza y el decaimiento, pero en algunos casos puede que estos síntomas no sean los más sobresalientes, ya que la depresión se expresa también en forma de trastorno cognitivo y volitivo.

  • Un trastorno cognitivo es aquel que afecta a las capacidades intelectuales, y por tanto el paciente tiene dificultades para pensar con claridad, para concentrarse, para memorizar… y a veces es tan acusado que la persona reconoce que apenas puede leer un párrafo, ya que no se entera de lo que está leyendo, o que le cuesta seguir el argumento de una película. Vale decir, que estos problemas también se hacen evidentes porque el paciente que tiene depresión su propio pensamiento está acaparado por su dolor y malestar, esto es, siempre está pensando o rumiando acerca de su propio estado, no le resulta fácil desconectarse de su sufrimiento y además se pregunta obsesivamente acerca de las causas del mismo, de si puede hacer algo para cambiarlas, pero en una especie de espiral o bucle continuo que en absoluto le resulta eficaz. 
  • Existe también un trastorno volitivo (me refiero a la voluntad, pero no en términos morales, sino psicológicos). El paciente no puede tomar una iniciativa, no es que no quiera o que sea una persona perezosa… sino es que ha perdido esa capacidad, la de decidir. A veces puede quedarse parado delante de su propio armario porque «no sabe como vestirse», muchos pacientes te explican que llevan siempre la misma ropa, también porque han perdido el interés por su aspecto y quieren solventar rápidamente esa papeleta diaria. Además de la incapacidad para decidir, aparecerá una siniestra indiferencia hacia el entorno, esto es, cosas que antes les importaban dejan de hacerlo… aunque al paciente lo vive con una gran extrañeza. Esto vale para cosas anecdóticas, pero también para cosas que les eran muy necesarias («se que estoy descuidando mi trabajo, pero no consigo que me importe»). 
  • Afectación somática: Un paciente que sufre depresión tendrá múltiples síntomas físicos, desde el obvio del cansancio, hasta la alteración del apetito -en cualquier sentido- y del sueño -habitualmente insomnio-. Puede experimentar dolores de cabeza, malas digestiones, distermia (una mala regulación del calor corporal), y sensaciones de ansiedad somatizada («tener una bola en el estómago») y un larguísimo etcétera que a veces confundirá al paciente creyendo que está enfermo de una patología física clara y a veces le llevarán a ser sometido a múltiples exploraciones complementarias. 

Los síntomas más comunes de la depresión son:

  • Sentimientos de tristeza.
  • Irritabilidad.
  • Anhedonia: disminución de la capacidad para disfrutar o mostrar interés o placer en las actividades habituales.
  • Sensación de debilidad física, falta de energía.
  • Insomnio o hipersomnia.
  • Pérdida o aumento del apetito.
  • Enlentecimiento o agitación.
  • Dificultades de concentración y disminución de la capacidad intelectual.
  • Disminución de la sociabilidad.
  • Sentimientos recurrentes de inutilidad o culpa.
  • Dificultad para tomar decisiones y para afrontar la vida cotidiana.
  • Pensamientos recurrentes de que la vida no vale la pena ser vivida o ideas suicidas.

Según los criterios de clasificación, para poder hacer el diagnóstico, se deben presentar  al menos cinco de estos síntomas durante un período de, cuando menos dos semanas. Pero no sólo eso, sino que debe excluirse la posibilidad de que todos esos síntomas que presenta el paciente no sean debidos a otra enfermedad psiquiátrica, a un proceso debido al consumo de tóxicos (intoxicación, dependencia o abstinencia) o a un proceso de duelo. 

Por último y no menos importante, dicha agrupación de síntomas que llamamos depresión interfieran negativamente en los aspectos sociales, laborales u otras áreas vitales de la vida del paciente. 

Existen diferentes tipos de depresión, que responden a causas muy diversas. Así, algunas formas de depresión son de origen genético, lo que implica una predisposición hereditaria a padecer un déficit de algunos neurotransmisores cerebrales, principalmente de serotonina y dopamina. En otros casos es un trastorno orgánico, como una enfermedad hormonal, lo que puede alterar estos mismos neurotransmisores.

Otros tipos de depresión tienen su origen en problemas psicológicos, como una baja autoestima o un estilo de pensamiento distorsionado, que sólo deja pasar los estímulos negativos y no aprecia los positivos. Finalmente, otras depresiones tienen su origen en factores del entorno del individuo, que cuando le afectan de forma continuada, acaban por alterar también la neurotransmisión cerebral y desencadenar un cuadro depresivo.

A nivel popular, sólo se «entiende» este último tipo de depresiones: las causadas por un problema objetivo. En realidad, éstas no son tan frecuentes como lo que se cree, ya que cuando un problema de nuestro entorno nos afecta de forma tal que puede generar el sufrir una depresión, con toda seguridad ha intervenido cualquier otro de los factores causales antes mencionados, en la mayoría de los casos de depresión la génesis es compleja y multifactorial, esto es, por la interacción entre factores genéticos, bioquímicos, psicológicos y ambientales. 

Los trastornos depresivos graves afectan aproximadamente a un 3% de la población. El porcentaje es mucho mayor en formas depresivas menos graves. La prevalencia de depresión es casi el doble en la mujer que en el hombre y el riesgo de padecerla aumenta, hasta tres veces respecto a la población general, si se tienen antecedentes familiares de depresión en parientes de primer grado.

En la actualidad, a pesar de las numerosas investigaciones al respecto, aún no se ha hallado ningún marcador biológico ni ningún parámetro objetivable que diagnostique la depresión de forma fiable. Por ello, el diagnóstico básico es fundamentalmente clínico, obtenido tras una exhaustiva historia clínica y exploración psicopatológica. Deben descartarse siempre enfermedades orgánicas, por lo que debe solicitarse una analítica completa, con perfil hormonal y, si se precisa, pruebas de imagen cerebral (TAC o RM). Como ayuda al diagnóstico, puede solicitarse un examen neuropsicológico o determinadas pruebas psicométricas, que nos orientarán sobre el origen del trastorno.

Existen básicamente dos grandes líneas en el tratamiento de la depresión: la farmacológica y la psicológica, ya que otras formas de tratamiento no han establecido suficientemente su eficacia o bien se usan en casos muy minoritarios. Afortunadamente, ambas líneas disponen de un amplio arsenal terapéutico y casi siempre son complementarias. 

Los antidepresivos actuales, aunque no exentos de posibles efectos secundarios, generalmente leves y transitorios, son fármacos seguros y fiables, siempre que el tratamiento se ajuste de forma individualizada y sea prescrito y controlado por un médico. La psicoterapia de orientación cognitivo conductual proporciona un conjunto de técnicas encaminadas a mejorar las condiciones psicológicas del individuo en el presente y hacia el futuro, de forma relativamente breve y concreta. Los mejores resultados se obtienen combinando ambas formas de tratamiento, aunque debe tenerse en cuenta que los fármacos son más eficaces cuando existe un mayor peso biológico en el origen de la depresión y actúan con menor eficacia cuanto más peso tienen los factores psicológicos y ambientales.

Naturalmente, lo contrario podemos decir de la psicoterapia, que será más eficaz cuanto menos peso tengan los aspectos biológicos en el trastorno. De la adecuada combinación de fármacos y técnicas psicológicas va a depender el pronóstico de la depresión, que, salvo contadas excepciones, resulta muy positivo.