La histología es la rama de la biología que estudia la composición, la estructura y las características de los tejidos orgánicos de los seres vivos.
Santiago Ramón y Cajal (1852-1934) fue un insigne histólogo español, por todos conocido por sus trabajos en la descripción de la morfología y funcionalidad del sistema nervioso central y su teoría de la neurona (enlace). Fue el primero de los únicos españoles que han obtenido el Premio Nobel de Medicina (el segundo fue el Dr. Severo Ochoa).
Nació en una aldea de Navarra, Petilla de Aragón, aunque los orígenes de la familia eran aragoneses, y la mayor parte de su infancia transcurrió en pueblos de esta región donde su padre ejercía de médico cirujano, a los ocho años la familia se instaló en Ayerbe (Huesca).
Sus primeros años no revelaban al sabio y científico en que se convertiría, antes al contrario, se mostraba como un niño díscolo y poco aplicado que hubo de repetir algunas asignaturas del bachillerato, sin embargo, estaba bien dotado para el dibujo y las artes plásticas. Los estudios primarios los había cursado en Jaca y el Bachillerato en Huesca. Estudió medicina en Zaragoza, ya que toda la familia se trasladó a esa ciudad en 1870. Durante sus años universitarios ya se distinguió en esa disciplina.
Sirvió como médico en Cuba en los servicios de Sanidad con el grado de capitán, cayendo gravemente enfermo de paludismo lo que le obligó a regresar a España. Se dedicó de lleno a trabajos de laboratorio, y ocupó la cátedra de Anatomía Descriptiva de la Facultad de Medicina de Valencia y en 1887 pasó a ocupar la cátedra de Histología de nueva creación en la Facultad de Medicina de la Universidad de Barcelona.
El propio Ramón y Cajal definía a 1888 como su “año cumbre” cuando descubre y describe la morfología y los procesos conectivos de las células del sistema nervioso cerebroespinal. En mayo de ese año publica en la Revista Trimestral de Histología Normal y Patológica que los tejidos cerebrales no eran una sucesión de conexiones continuas. Su teoría, aceptada en 1889 en el Congreso de la Sociedad Anatómica Alemana, celebrado en Berlín, postulaba que el sistema nervioso es un aglomerado de unidades independientes y definidas (esta teoría pasó a conocerse con el nombre de doctrina de la neurona) y en ella destaca la ley de polarización dinámica, un modelo capaz de explicar la transmisión del impulso nervioso en una dirección única.
A Ramón y Cajal le llegó primero el reconocimiento extranjero que en su propio país. Tras el congreso de Berlín recibió el Premio Internacional de Moscú, fue nombrado doctor honoris causa por las universidades de Clark, Boston, la Sorbona y Cambridge, y también el Premio Fauvelle concedido por la Societé de Biologie de Paris. El reconocimiento en España le llegaría mas adelante… en 1897 fue admitido como miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, institución que data de 1847. En su discurso de ingreso Ramón y Cajal disertó acerca de «Reglas y Consejos sobre Investigación Científica».
En 1892 alcanza la Cátedra de Histología de la Facultad de Medicina de Madrid. Gracias al eco de su éxito en el congreso berlinés consiguió que en 1901 el gobierno de la época (presidido por el liberal Práxedes Mateo-Sagasta y siendo ministro de Instrucción Pública el Conde de Romanones) creara un moderno Laboratorio de Investigaciones Biológicas, ahora conocido como Instituto Cajal que tras la guerra civil española pasó a formar parte del CSIC.
Entre 1897 y 1904 publicó en fascículos su obra fundamental: Histología del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados. Los detallados exámenes histológicos de Ramón y Cajal le llevaron a descubrir la hendidura sináptica un espacio de entre 20 y 30 nanómetros. (Para imaginar dicha magnitud hay que dividir un metro entre mil millones… pensemos que en un pelo humano –de grosor 80 nanómetros- “cabrían” cuatro hendidura sináptica). Esta hendidura sináptica separa las neuronas que se comunican entre sí mediante mensajeros químicos que atraviesan dicho espacio… posteriormente el fisiólogo inglés Henry Hallett Dale descubrió el primer neurotransmisor, la acetilcolina.
Asimismo, Ramón y Cajal propuso la existencia de las espinas dendríticas, protuberancias en la membrana, donde se produce la sinapsis con un botón axonal de otra neurona y en ocasiones contactan con varios axones. La prueba de ello se consiguió una vez desarrollada la microscopía electrónica a partir de la tercera década del siglo XX.
Obra de Cajal también fue el descubrimiento del cono de crecimiento neuronal, una expansión del extremo distal de axones y dendritas en desarrollo que el científico describió por primera vez. Asimismo descubrió un nuevo tipo de célula, que recibió su nombre, la célula intersticial de Cajal, que intercaladas entre las neuronas incrustadas dentro de los músculos lisos que recubren el intestino, sirven como “marcapasos” de las ondas lentas de contracción del tracto gastrointestinal.
En 1906, recibe junto al italiano Camilo Golgi el Premio Nobel de Medicina. Ramón y Cajal utilizó en sus estudios el método de tinción de Golgi, pero no podía estar más en desacuerdo con las teorías del científico italiano.
Pero Ramón y Cajal no solamente escribió acerca de su disciplina, la histología, sino que además publicó:
- Recuerdos de mi vida, autobiografía literaria que se publicó en capítulos sueltos en la Revista de Aragón, entre 1901 y 1904.
- Cuentos de vacaciones, subtitulado, Narraciones pseudocientíficas, publicados en 1905.
- Psicología de Don Quijote y el quijotismo. También de 1905.
- Chácharas de café, un libro de aforismos y máximas, muy popular que publicó en 1920.
- El mundo visto a los ochenta años, con el subtítulo de Impresiones de un arterioesclerótico que concluyó en 1934, poco antes de su muerte.
- Y especialmente me quiero referir a «Reglas y Consejos sobre Investigación Científica», basándose en su discurso de aceptación como miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales. Un médico amigo de Cajal, el Dr. Lluria encargó su impresión «a fin de regalarlo a estudiantes y a los aficionados a las tareas del laboratorio». Más tarde, en forma de libro fue editado por la Editorial Espasa-Calpe en 1941 y que yo sepa se publicaron ocho ediciones, la última en 1963. Se trata de una de sus obras más difundidas, subtitulada Los tónicos de la voluntad, fue traducido al alemán, japonés, húngaro, portugués, inglés y rumano.
A pesar de haber transcurrido ciento veintidós años, los consejos de Ramón y Cajal para los investigadores son una delicia. Contiene una gran dosis de conocimiento filosófico, historia de la medicina, epistemología de la ciencia y la capacidad de observación y análisis de una perspicacia y sentido común típicamente aragonesa, es decir es el escrito de un gran erudito, totalmente anclado a la tierra. Una auténtica joya. Está desarrollado en once capítulos, cuyos títulos son:
* Consideraciones sobre los métodos generales.
* Preocupaciones enervadoras del principiante.
* Cualidades de orden moral que debe poseer el investigador.
* Lo que debe saber el aficionado a la investigación biológica.
* Enfermedades de la voluntad.
* Consideraciones sociales favorables a la obra científica.
* Marcha de la investigación científica.
* Redacción del trabajo científico.
* El investigador como maestro.
* Deberes del Estado en relación con la producción científica.
* Organos sociales encargados de nuestra reconstrucción.
No me resisto a resumir el capítulo que llama «Enfermedades de la voluntad». En él describe algunas características de los investigadores que pueden hacerles fracasar y los adjetiva clasificándolos en:
- Diletantes o contempladores. Variedad morbosa muy frecuente entre astrónomos, naturalistas, químicos, biólogos y físicos. Se reconocen en los síntomas siguientes: amor a la contemplación de la Naturaleza, pero sólo en sus manifestaciones estéticas: los espectáculos sublimes, las bellas formas, los colores espléndidos y las estructuras elegantes.
- Bibliófilos y políglotas. Cuyos síntomas son: tendencias enciclopedistas, dominio de muchos idiomas, algunos totalmente inútiles, abono exclusivo a revistas poco conocidas, acaparamiento de cuántos libros novedosos pudieran publicarse, .. pero con una pereza invencible para escribir y un desvío del seminario y del laboratorio.
- Los megalófilos. Estudian mucho, pero aman también el trabajo personal, poseen el culto de la acción y dominan los métodos inquisitivos. ¿Cuál es su defecto? Su error funesto que esteriliza sus afanes, pues que desean estrenarse con una hazaña prodigiosa.
- Organófilos. Aquellos que poseen una especie de culto fetichista hacia los instrumentos de observación, fascinados por el brillo del metal y el coste de éstos. (En lenguaje psicológico moderno les llamaríamos procrastinadores… aquellos que tanto preparan el escenario de su trabajo que a fuerza de posponer se olvidan de trabajar).
- Descentrados. Aquellos que se ocupan de mil cosas, excepto de lo que tendrían que tener entre manos. Ramón y Cajal atribuía –en gran medida- al sistema español de candidatos a cátedra, que exigen al candidato concursos y oposiciones con unas pruebas arbitrarias de aptitud, la presencia de estos elementos en nuestra universidad.
- Teorizantes. Posiblemente cabezas cultísimas y con superior dotación cuya voluntad padece una forma especial de pereza, tanto más grave porque ni a ellos se lo parece ni se les suele atribuir. Ven en grande pero viven en las nubes… ante un problema, desarrollan una teoría, pero no se molestan en someterla al método científico.
Los dibujos de Cajal:
A finales del siglo XIX y principios del XX, los científicos utilizaban el dibujo como medio para ilustrar lo observado a través del microscopio óptico. Por tanto, la aceptación de los hallazgos era casi un acto de fe.
Los dibujos histológicos de Cajal a menudo fueron considerados como interpretaciones artísticas, en lugar de precisas copias de sus preparados de tejidos. Pero estos dibujos precisos y delicados, son piezas de realidad, copias confiables de preparaciones que muestran la micro-organización del sistema nervioso: la delicada estructura de la neurona, de las células gliales y sus conexiones. Vale la pena verlos (aunque sea por medio virtual) visitando el “Legado Cajal».