Hoy se cumple el día 66 de la guerra de Ucrania. Mas de la mitad de la población infantil del país se ha desplazado, unos cuatro millones trescientos mil niños… algunos con sus madres u otros familiares, algunos solos.
Separar a un niño de sus padres puede modificarle el cerebro. Es el título de otro artículo de divulgación que leo hoy. Puedo confirmarlo, por la cantidad de pacientes adultos que he visitado y al confeccionar su historial me cuentan que tuvieron una separación temprana de alguno de sus padres, por la muerte de éstos, por circunstancias de pobreza, por una tragedia, en suma.
El cerebro es el órgano mas inmaduro de nuestro cuerpo cuando nacemos, y no se completa su maduración íntegra hasta entrada la década de los veinte años. Entonces cualquier acontecimiento negativo, cualquier desgracia, como una separación repentina, inesperada y duradera de un cuidador de esa personilla cambia su estructura, daña la capacidad del niño para procesar las emociones, dejando profundas cicatrices… y duraderas a lo largo de su vida. La autoestima y la confianza se ven alteradas, el impacto de este trauma emocional es largo y en muchas ocasiones, como ya he dicho, será para siempre.
La especie humana es altricial, ya que los humanos al nacer son desvalidos y necesitan un largo tiempo de desarrollo. Nos creemos los “reyes de la creación” pero al nacer dependemos totalmente del cuidado de nuestra familia para la supervivencia y el posterior desarrollo. Esto se consigue porque la vinculación de los progenitores con su descendencia es profunda (en la mayoría de los casos, claro, siempre hay deshonrosas excepciones).
Los estudios en mamíferos han demostrado que los bebés se adaptan de forma natural a las emociones de quienes los cuidan. La presencia de una madre o un padre tranquilo y afectuoso produce sensación de seguridad en el niño. La presencia de los padres también es necesaria para el crecimiento y desarrollo armónico del individuo. Eso incluye aspectos psicosociales, como nuestra capacidad para responder al estrés y autorregular nuestras emociones, o nuestra capacidad para confiar en los demás y funcionar en grupo.
Cualquier interrupción grave y prolongada del cuidado parental, especialmente en bebés y niños muy pequeños, altera la forma en que se desarrolla el cerebro joven. Los menores de cinco años separados de sus padres experimentan un incremento de los niveles de estrés, y a medida que aumentan las hormonas como el cortisol, la adrenalina y la noradrenalina se alteran las funciones fisiológicas del organismo para hacer frente de forma más eficaz a las amenazas.
Sin embargo, los aumentos prolongados en los niveles de hormonas del estrés interrumpen las funciones fisiológicas y producen inflamación y cambios epigenéticos, alteraciones químicas que perturban la actividad de nuestros genes. Activar o desactivar genes en el momento equivocado modifica el desarrollo del cerebro, cambiando la forma en que se crean las redes neuronales y cómo se comunican las regiones cerebrales.
Estudios realizados en niños separados de sus padres muestran de forma consistente que la interrupción de dicha presencia provoca una maduración precoz y rápida de los circuitos cerebrales responsables del procesamiento del estrés y las amenazas. Esto, que a priori podría parecer “bueno” no lo es, ya que altera fisiológicamente el cerebro y cambia la forma en que se procesan las emociones.
Esta maduración prematura de las redes de procesamiento del estrés y la amenaza en los cerebros de los niños separados de los padres conduce a la pérdida de flexibilidad para responder al peligro. Por ejemplo, la mayoría de nosotros podemos “desaprender” lo que inicialmente consideramos amenazante o peligroso. Si algo o alguien ya no es peligroso, nuestras defensas se adaptan, disipando nuestro miedo. Esta capacidad para desaprender las amenazas no se produce en animales separados de sus progenitores. Y lo que es peor, la reunificación posterior con su familia, o con un cuidador sustituto, no es capaz de revertir los cambios causados por el estrés de la separación temprana.
Cambios estructurales y moleculares en una separación temprana
Los estudios de imágenes cerebrales demuestran cambios estructurales y funcionales en los cerebros de niños que han sufrido separación parental. Concretamente, el estrés de la separación aumenta el tamaño de la amígdala, una estructura clave en el procesamiento de amenazas y emociones, y altera las conexiones de la amígdala con otras áreas del cerebro.
A nivel molecular, la separación altera la expresión de los receptores en la superficie de las células del cerebro que participan en la respuesta al estrés y la regulación de las emociones. Sin la cantidad correcta de receptores, la comunicación entre las neuronas se interrumpe.
El trauma de la separación, temporal o permanente, plantea riesgos para la salud y afecta al rendimiento académico, al éxito profesional y a la vida personal. En particular, la separación de hijos y progenitores aumenta la probabilidad de padecer varios trastornos psiquiátricos, incluidos estrés postraumático, ansiedad, bajo estado de ánimo, o trastornos psicóticos.
De momento estos niños están a salvo de las bombas… Pero ¿Cómo vivirán este proceso de separación y desgajamiento de sus familias, su casa, su calle, su escuela? ¿Podrán volver algún día a su tierra? ¿Ver de nuevo a todos los suyos? ¿Se adaptarán a vivir en otro país, en otra lengua? Y todo ello con el riesgo de que una huella indeleble les marque para siempre.
Y fijaos, lo fácilmente que nos hemos acostumbrado a que la noticia ocupe menos en la prensa.