El término agorafobia (que etimológicamente significa “temor al ágora/espacio abierto”) fue utilizado por primera vez por el neurólogo y psiquiatra alemán Carl Friedrich Westphal (1833-1890). Las contribuciones de Westphal a la ciencia médica son muchas: en 1871 acuñó el término «agorafobia», cuando observó que tres pacientes masculinos de su ansiedad extrema que se muestra y sentimientos de temor cuando tuvo que entrar en algunas zonas públicas de la ciudad, que en este caso era Berlín, donde Westphal desarrollaba su labor en el hospital universitario Charité.
Rápidamente, el concepto de agorafobia hizo fortuna y se fue extendiendo más allá de su plena acepción etimológica, ya que del temor a los espacios abiertos inicial, actualmente se define la agorafobia como “el miedo a encontrarse en lugares o situaciones de los cuales puede ser difícil o embarazoso escapar o en los que es posible que no se disponga de ayuda en el caso de sufrir síntomas de ansiedad/ataque de pánico”. Como consecuencia de este temor, la persona evita las situaciones temidas o precisa ser acompañada para afrontarlas.
No obstante, en sentido estricto, el término agorafobia sólo se aplica cuando la actividad del sujeto se encuentra sustancialmente mermada y la conducta o conductas de evitación condicionan su vida totalmente.
Atención, cuando hablamos de agorafobia y la percepción de temor en un espacio concreto no nos referimos a una incomodidad o molestia por estar en determinado lugar… (“no me gusta ir a clase”, “me impaciento haciendo una cola”). No, no hablo de molestia o preferencia, sino que se trata de un auténtico temor (casi siempre inexplicable para el sujeto y para su entorno) y que genera una reacción de ansiedad en la que existirá una fuerte activación biológica (taquicardia, sudoración, temblores), una reacción de extrema alerta y una percepción de peligro que excede con gran desproporción el peligro real del lugar o la situación.
Las situaciones temidas (y evitadas) de las personas que padecen agorafobia suelen ser:
- Utilizar medios de transporte (autobuses, trenes, barcos, aviones, o incluso automóviles particulares).
- Encontrarse en espacios abiertos (plazas o calles extensas, zonas de estacionamiento, puentes).
- Hallarse en espacios cerrados (tiendas, especialmente si están abarrotadas, espectáculos como cines o teatros, ascensores ante el temor de quedarse atrapados, lavabos públicos).
- Estar en medio de una multitud, o hacer cola.
- Estar solo fuera de casa… y yo añadiría que en algunos casos graves, encontrarse solo en su propio domicilio puede provocar síntomas, aunque en general existe un “espacio de confort” pero que sin tratamiento va siendo cada vez más restringido.
No obstante, no todas las personas con agorafobia padecer temor en todas estas situaciones. Para realizar el diagnóstico se necesita que el paciente presente los síntomas de ansiedad en al menos dos de éstas, que sus situaciones desencadenantes siempre provoquen los síntomas y que haya una evitación activa o que precisen siempre un acompañante para afrontarlas.
La agorafobia puede presentarse en cualquier época de la vida, incluso en la infancia, pero la incidencia máxima se encuentra en la adolescencia tardía y en la vida adulta joven, ya que en los dos tercios de las personas que la padecen la aparición inicial es anterior a los 35 años. Afecta casi al 5% de la población, la prevalencia anual (número de casos nuevos en un año) es elevada (del 1,7%) Las tasas de prevalencia no parecen variar en diferentes grupos culturales o raciales, pero es mucho más elevada la presentación en mujeres que en hombre: 2-3:1.
La agorafobia puede presentarse sola o ser consecuencia de un trastorno por crisis de pánico, se calcula que casi el 40% de las personas que han sufrido crisis de pánico o un trastorno de pánico presentarán agorafobia como complicación. En muchos casos puede verificarse que la evitación agorafóbica se desarrolla tras una crisis de ansiedad surgida en una situación pública… el paciente empezaría a evitar estos lugares y después –de forma progresiva- evita otras situaciones por miedo a que también puedan precipitar ataques.
No obstante, al confeccionar la historia clínica, no todas las personas que padecen agorafobia saben explicar con precisión si hubo un ataque de pánico que fuera desencadenante de su problema actual. Por otra parte y a la inversa, el paciente con agorafobia experimenta ansiedad anticipatoria (por avanzado) en mayor o menor intensidad ante el solo hecho de pensar en la situación temida, y desde luego se le pueden desencadenar crisis de pánico o angustia si se ve inmerso en una de esas situaciones.
Como factores de riesgo para desarrollar un cuadro de agorafobia se consideran:
- Genéticos y fisiológicos: La heredabilidad de la agorafobia es elevada, en torno al 61%, siendo la fobia que presenta una asociación más intensa y específica con factores genéticos.
- Factores ambientales: Entre éstos, los sucesos negativos de la infancia y otros acontecimientos vitales (como haber sufrido un atraco) son los que se asocian con mayor frecuencia con la aparición de este trastorno.
- Factores temperamentales: La inhibición de la conducta y la sensibilidad a la ansiedad están estrechamente relacionados con la agorafobia, pero también con la mayoría de los diagnósticos de ansiedad. Se define como sensibilidad a la ansiedad la disposición a creer que los síntomas de ansiedad son perjudiciales para la salud.
Sin tratamiento, este trastorno se asocia con un considerable malestar y discapacidad funcional. Más de un tercio de los individuos con agorafobia sufren de formas severas de la misma, lo que puede motivar que queden totalmente confinados en casa, no puedan trabajar y que dependan de los demás para las necesidades más básicas. En estos casos, obviamente, son frecuentes la desmoralización, los síntomas depresivos, así como el abuso de alcohol y de fármacos usados como formas de automedicación.
Sin embargo, estos cuadros pueden tratarse de manera eficaz, casi siempre con una combinación de estrategias (farmacológica y psicológica) que incrementan las posibilidades terapéuticas.
Un pequeñísimo apunte sobre el ágora:
El ágora era el nombre que se daba en la Grecia Antigua al espacio abierto o plaza en la que se desarrollaba la vida comercial, social y política de los habitantes de las polis (ciudades-estado).
El ágora fue una auténtica invención urbanística, muy ligada al concepto de democracia, y que no tiene precedentes en las civilizaciones de Oriente Próximo ni tampoco en la civilización micénica, donde todo dependía del soberano, por lo que no era preciso un lugar de reunión para los ciudadanos.