Leo en un artículo de una colega una reflexión que me hace gracia y cito textualmente:
“Padecer hipertensión arterial no te convierte en cardiólogo ni tener un hermano con diabetes en endocrinólogo”
Si lo cito, es porque la mayoría de los pacientes que atiendo que padecen depresión o algún trastorno de ansiedad, tienen la fortuna (o más bien la desgracia) de estar rodeados por psicólogos o psiquiatras amateurs. Estas personas, además de lidiar con su trastorno, aguantan un montón de bienintencionados consejos (supongo que bienintencionados, claro) pero que no siempre resultan eficaces, sino más bien lo contrario:
“Ya sabes, en el fondo tienes que salir tu misma de todo esto”
(Inexacto, si esta persona pudiera sola ya lo habría hecho, nadie quiere sentirse triste y abatido, intranquilo, desasosegado y sufrir como un condenado)
“Ocúpate y se te pasarán todas estas tonterías. No tienes nada para ponerte así, tienes trabajo, salud, tus hijos están bien”
(Inexacto, si tienes un cuadro depresivo, no tienes salud, al menos así lo reconoce la OMS)
“Esto se soluciona con deporte. Apúntate al gimnasio y ya verás… prueba con el tai-chi, que a mi cuñada le fue muy bien”
(Insuficiente: El ejercicio físico es bueno, indudablemente, pero no lo cura todo, y aunque el tai-chi me parece estupendo tampoco va a sacar a nadie de un cuadro clínico completo).
“Todos estamos tristes alguna vez. Es que no haces nada para sobreponerte, siempre en el sillón”
(Parcialmente cierto, todos estamos tristes alguna vez. La tristeza es una emoción normal en el ser humano, lo mismo que es normal tener ácido úrico en sangre, pero no todos padecemos gota. Errónea la interpretación: un cuadro depresivo no es únicamente el sentimiento de tristeza, viene acompañada de una pléyade de síntomas físicos y psicológicos. Además la cualidad de la tristeza es diferente, ya lo he mencionado en otro escrito).
Por otra parte, se da la terrible circunstancia de que el enfermo se culpa a si mismo de su estado, de sus síntomas y se tortura por ello. Entonces, su entorno y la sociedad refuerzan esta terrible percepción y lo responsabilizan tanto de su debilidad (recordemos que es una enfermedad) como de su supuesta incapacidad para salir adelante a través de esfuerzos heroicos. Esta pretensión (que saliera adelante por sí mismo) vendría a ser lo mismo que si a una persona que tiene rota la tibia y el peroné le sugiriéramos que con escayola y todo se fuera entrenando para la maratón… total, son poco más de cuarenta y dos kilómetros.
Los trastornos depresivos, y también los trastornos de ansiedad que también generan un gran sufrimiento, no son expresión de un fracaso sino que son enfermedades, y normalmente la causa -aunque multifactorial, desde luego- tiene un gran componente biológico, y precisará un abordaje biológico para poder solucionarlo. Vuelvo a mi paciente escayolado, aunque sepamos que le ha atropellado una moto por cruzar la calle de manera distraída, no se curará de sus lesiones haciendo un cursillo de seguridad vial, o poniendo semáforos en el cruce… tendrá que someterse a una serie de tratamientos médicos y quirúrgicos para restablecerse.
Aunque ciertamente, acudir a un especialista no es un tabú como lo era unas décadas atrás, parece que todos buscamos una justificación ambiental (el paciente, la familia y en ocasiones el propio médico) para dar una explicación a este tipo de sufrimientos.
Un breve apunte además, los psicofármacos no transforman a las personas en otras, ni les hacer pensar de forma diferente. Tratan síntomas de manera muy eficaz en muchos casos, pero lo esencial es recibir un diagnóstico correcto y una prescripción terapéutica adecuada a cada caso. Con eficacia y sin estigmas.