Momentos de despedida, añoranza y loa. No me resisto a relatar una anécdota que aunque no viví en primera persona, quien que la contó es alguien totalmente fiable y poco dado a la hipérbole.
La persona que la explicó (no solo a mí, sino a todo el grupo de residentes de Psiquiatría que pasábamos en período de rotación por Psiquiatría Infantil en el Hospital Clínic) fue el Dr. Josep Toro, quien enseñó a mi generación -y a muchas más- los fundamentos de la patología psíquica en niños y adolescentes. En mi caso estoy hablando del siglo pasado, concretamente de 1985.
El Dr. Toro fue (es) un auténtico maestro, en el sentido más hondo de la palabra. Nos descubrió la terrible anorexia, también que podía existir la depresión infantil, y aquello que en su momento llamábamos trastornos por hiperactividad (y que hoy recibe el nombre de TDA) y en fin, toda la psicopatología en esa edad que tendría que estar libre de sufrimiento. Además era un auténtico mago (es la palabra que se me ocurre) en la interacción con las familias, cuando explicaba lo que acontecía a un pequeño paciente y cómo aconsejaba a sus padres los cambios de actitud, normas y trato que eran necesarios para el peque. Y la forma de transmitir esa información: clara y didácticamente, sin culpabilizaciones innecesarias, pero con firmeza, empatía y comprensión.
Voy a la historia. El Dr. Toro quería ilustrarnos acerca de la influencia ambiental en la anorexia nerviosa, y nos explicó el caso de un adolescente (varón) que él había visitado unos años atrás, sobre 1976 o así.
A finales de los setenta la incidencia (número de casos nuevos) de anorexia nerviosa se situaba en torno a 0,64 por año y 100.000 habitantes, y casi todas las afectadas eran chicas, en una proporción por encima de 10 a 1 o superior. A partir de la década de los ochenta se produjo un aumento dramático de esta enfermedad hasta llegar a las actuales cifras de prevalencia (número de casos en activo) que la sitúan entre el 0,5 y el 1,5% de la población general. Sigue afectando mucho más a mujeres, pero ha aumentado la anorexia en el varón, y según estudios la proporción mujer/hombre estaría entre 8:1 o incluso 6:1.
El joven paciente del Dr. Toro (al que llamaremos Sergio) tenía unos trece años cuando inició un cuadro de anorexia restrictiva con una pérdida ponderal superior al 30% de su peso previo. Había sido un niño robusto en la primera infancia, pero al llegar a la pubertad estaba en un peso y altura absolutamente normal, pero empezó a dejar de comer en un intento de adelgazar, cosa que consiguió desarrollando además toda la sintomatología de la anorexia (preocupación por engordar, conducta restrictiva con la alimentación, uso de laxantes, etc). Los padres, alarmados acudieron a su médico de cabecera, que lo derivó al embrionario servicio de Psiquiatría Infantil del Clínic.
Fue visitado durante varios meses por el Dr. Toro y por el psicólogo que se le asignó. Sergio, mantenía su conducta restrictiva con la alimentación, pero al menos se había conseguido que no bajara de peso. Jugaba al futbol en el equipo escolar, y se estaba planteando la posibilidad de limitarle esta actividad ya que los pacientes con anorexia suelen exagerar la práctica del ejercicio físico para conseguir la pérdida ponderal.
Y en estas, un día de partido (ya he comentado, liguilla escolar) recibieron la visita de Johan Cruyff que en ese momento todavía era jugador en el Barça. Posiblemente se interesaba por el deporte infantil ya que después lo promocionó ampliamente a través de su propia fundación. Por lo que fuera, estaba ahí… Ahora, imaginemos la escena, dos equipos de chiquillos de entre 13 o 14 años en formación y Cruyff “pasa revista”. Y se para delante de nuestro Sergio y le dice algo así:
-“¿A ti te gusta jugar fútbol?
Sergio, con ojos como platos, apenas dice un tímido sí, mientras afirma con la cabeza. Y entonces, el astro mundial, apodado “El Flaco” le espeta (imaginemos en su peculiar dicción en castellano):
-“Pero tú muy delgadito. Tienes que comer bien y poner fuerte si quieres jugar fútbol”.
En la siguiente visita médica, la asombrada madre de Sergio le dice al Dr. Toro que desde ese día el muchacho está comiendo lo que le sirve su madre, sin réplicas, negociaciones ni engaños. Y el propio Sergio, le explica al doctor que ya sabe lo que tiene que hacer para recuperarse, comer, porque se lo dijo Cruyff.
La prudencia médica hizo que se siguiera visitando al niño, pero se constató que había normalizado totalmente su conducta, tanto con la alimentación, como en los síntomas psíquicos que la acompañan: la irritabilidad, ansiedad y síntomas depresivos, así como el trastorno de la imagen corporal. El Dr. Toro decía: “a este no le curé yo, por supuesto, le curó Cruyff o dicho de otra forma la expectativa del camino que te marca un ídolo, un modelo a seguir, por eso son tan importantes los arquetipos sociales en esta enfermedad, tan influida por el ambiente…”
Obviamente no sé qué habrá sido del que he llamado Sergio, será un adulto de más de cincuenta años, pero supongo que como muchos estos días también habrá musitado un
-“Gracias Johan”.
Es bueno tener maestros en la profesión y en la vida.