La comunidad científica está de acuerdo en que el origen de la enfermedad depresiva debe ser multifactorial, esto es una interacción entre factores de tipo ambiental y elementos de tipo biológico.

Al hablar de lo ambiental, no me refiero a acontecimientos que hayan tenido lugar en el presente o en un pasado reciente, sino a que muchos de los factores ambientales de predisposición en las personas que sufren trastornos depresivos han tenido lugar en la infancia, como la muerte de los padres cuando el afectado tenía una edad temprana. Esto se ha visto en correlaciones estadísticas.

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Sin embargo, muchas personas a las que visito y que padecen depresión no han sido huérfanos tempranos. Pero lo cierto es que muchos de ellos   recuerdan infancias no especialmente felices… (por no decir claramente infancias tristes o desangeladas, aunque no hayan pertenecido a ningún grupo de riesgos de exclusión social) la mayoría de estas personas me hablan de la desatención familiar (entiéndase, desatención afectiva).

Sin hacer una estadística, simplemente observando, podría definir varios tipos de esta desatención, y he dado en clasificarla en función de la edad del paciente.

  • La debida a que ambos padres estaban sumamente ocupados para sacar adelante a la familia (esto sería lo propio de personas que tienen más de cincuenta años, y que vivieron su niñez antes del desarrollismo español de mediados de los sesenta). También la percepción de las carencias materiales y de la desigualdad, pueden haber contribuido a potenciar determinados elementos de personalidad (que en algunos casos serán positivos, como el deseo de prosperar y en otros negativos, como el resentimiento).remoto 'Familia andaluza', 1966.
  • Adultos más jóvenes (un poco por encima de los treinta) ya sufrieron el primer ramalazo de los divorcios en nuestro país. Casi siempre esta es la causa por la que no recuerdan un clima afectivo durante su infancia: padres a la greña y finalmente escisión de la familia, casi siempre con beligerancia.remoto paella y 600
  • Y por último jóvenes y adolescentes de las últimas décadas. Voy a detenerme en lo que considero riesgos específicos de estos grupos:

En este grupo el porcentaje de separaciones, familias monoparentales o adopciones se incrementa. Normalmente este grupo de edad ha vivido con mayor naturalidad la ruptura parental o la circunstancia vital concreta.

Sin embargo, en el caso de no haber conocido a un progenitor, el ansia de conocer sus raíces de “saber quiénes son” estallará en un momento de crisis, idealizando a la figura ausente de sus vidas. En el ser humano está muy arraigado el deseo de pertenencia (a una familia, a un clan, a un país o a equipo de fútbol).

En general, la vida de los jóvenes de hoy no está marcada por ninguna carencia material, al contrario. Esta sobreabundancia en lo material muchas veces es el resultado de varios factores: una sobrecompensación por el escaso tiempo dedicado, o bien los padres han seguido un modelo imitatorio consumista (y no iban a ser menos que otros padres) o también porque inocentemente querían ver felices a sus hijos. Por esto último, los hijos pasaron a decidir cosas que no les correspondían: los planes de fin de semana de la familia, el nombre de sus hermanos, las comidas que ingieren, y un largo etcétera. Resultado, baja por no decir nula, tolerancia a la frustración. Y la capacidad de tolerar la frustración es imprescindible para entender el mundo y sobrevivir de forma sana.

Otro aspecto de los jóvenes y adolescentes de hoy es como se ha producido el descubrimiento del mundo exterior a la familia. No nos engañemos, habitualmente no son los padres los que guían y acompañan  en ese descubrimiento sino las pantallas, y si hace unas décadas ya se decía que debía vigilarse lo que veían los niños en televisión, que diremos de lo que ahora ven, escuchan, aprenden, fotografían, «se bajan» o comparten a través de su tablet o de su smartphone, pantallitas cada vez más privadas, accediendo a través de ellas a un mundo que normalmente no controlamos. Y por añadidura, cuyo manejo dominan mucho mejor que sus padres.

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Bien, me diréis que todos los sucesos que he mencionado los vive mucha más gente que aquellos que sufren un cuadro depresivo. Desde luego, las vivencias tempranas, el forjado del carácter y de la personalidad se realizan sobre distintos “metales” (temperamentos distintos, cuya base tiene un gran determinismo biológico). Esas experiencias tempranas fomentarán cambios sobre el material preexistente, al que se irán añadiendo nuevas vivencias en forma de cascada, que a su vez tendrán relación con la respuesta que inicialmente dio el organismo ante las circunstancias primeras.

Intentaré poner un ejemplo: Un niño de temperamento nervioso o inestable puede haber sido muy consentido por sus padres para evitarle crisis de llanto… y a la postre haberse convertido en un tiranuelo en su casa. Cuando acuda al colegio, es posible que sus compañeros no “acepten” sus imposiciones y se sienta aislado y le cueste hacer amigos y por tanto fomentar un elemento de introversión que ya poseía. Y así podríamos seguir con esta hipotética historieta, que solo pretende clarificar como todos los elementos son progresivos y van incidiendo, modelando y modulando a la persona.

Además, debemos tener en cuenta que las características de la personalidad no se encuentran en una “nube virtual” sino que están insertadas en la biología de nuestro cerebro ¿por qué si no un olor que es un estímulo físico, desencadena un recuerdo? ¿en qué cajón lo teníamos?

Nacemos con un código genético que ha delimitado como somos físicamente (en su concepto más amplio, que color de ojos tenemos y cómo funcionan nuestras proteínas o nuestros neurotransmisores), incorporamos experiencias (caricias maternas, el sonido de una canción) y nuestras neuronas se conectan generando millones de enlaces, que a su vez determinarán si nos gustará la música o si seremos simpáticos o no; tendremos infecciones que debilitarán o mejorarán nuestro sistema inmune, pero también nuestro sistema inmune se hará más fuerte si somos “felices” (por decirlo de alguna manera).

Y con cada nuevo cambio se generará un torrente de nuevas posibilidades, pudiendo llegar un día en que un gen silente se active y segregue una proteína que ataque nuestras neuronas y un circuito cerebral se descompense, y nos sintamos tristes, cansados, desesperados, sin ganas de nada, que no nos importe que nuestro equipo de futbol gane o pierda, que un día luminoso sea tan gris como la más negra tormenta, que todo -hasta lo más tonto- nos preocupe y solo pensemos en ello, que no sintamos lo mismo por los que queremos, que nos veamos alejados de todo y de todos, que no funcione igual nuestro cuerpo y tengamos unas pésimas digestiones a pesar de que no hemos comido apenas, que el sueño sea escurridizo y la madrugada un sobresalto continuo. Que tengamos frío casi siempre y la risa sea un sonido que emiten los otros, pero que a nosotros nos resulta imposible, si acaso una mueca para disimular ante los demás.

rural road to sunset

Así entiendo yo la interacción entre genética, ambiente, experiencias, bioquímica y síntomas. Un camino que lleva a continuas encrucijadas que se abren a otros caminos.