El trastorno bipolar afecta al 2 por ciento de la población. Tanto es así que la denominación se esgrime con total naturalidad, pero con muy poco conocimiento de lo que representa. Esto suele pasar cuando un vocablo médico para a ser “popular”.
Como tenemos un día para todo, ayer 30 de marzo se conmemora el “Día del Trastorno Bipolar”, en alusión a la fecha de nacimiento de Vincent van Gogh. Día tan bueno como cualquier otro para hablar de la enfermedad de verdad, de lo que es y de lo que no es.
El ser bipolar, no quiere decir que la persona sea voluble, cambie de idea fácilmente, un día esté cuelgue el epíteto de bipolar a un ciudadano/a, como descriptivo de su carácter o a veces incluso como insulto.
No, el trastorno bipolar es una enfermedad psiquiátrica que, como ya he mencionado afecta a un porcentaje elevado de la población general, y cuyo diagnóstico exige que el paciente haya sufrido alternancia de episodios depresivos y maníacos o hipomaníacos.
No se trata de una enfermedad “moderna” ya que fue descrita por primera vez en el siglo I por Areteo de Capadocia, un notable médico griego que vivió durante el tiempo de Nerón. Aunque no obtuvo la fama ni el reconocimiento de Galeno, de Areteo se ha conservado material escrito en el que demuestra un gran conocimiento y también un excelente sentido común. Fue capaz de describir la enfermedad celíaca en aquel tiempo, evaluar síntomas sobre la diabetes y también describir el trastorno bipolar, concepto que retomó el psiquiatra Jean Pierre Falret en 1850 cuando escribió:
«La transformación de la manía en melancolía y viceversa ha sido siempre mencionada como un hecho accidental, pero hasta el presente no se ha tomado en cuenta que existe una categoría de locura en la cual la sucesión de manía y melancolía se manifiesta de forma casi regular”.
El ahora llamado Trastorno Bipolar, pasó a denominarse Psicosis maníaco-depresiva (de hecho cuando yo estudiaba medicina a caballo entre las lejanas décadas de los 70 y 80 del siglo pasado, se denominaba así. Con la aparición de los criterios diagnósticos RDC en 1985, pasó a su denominación actual.
A pesar de tratarse de la sexta causa de discapacidad en el mundo, la mitad de la personas que sufren la enfermedad no están diagnosticadas, o reciben inicialmente un diagnóstico incorrecto. De hecho esto no es tan extraño, ya que lo que determina es padecer un trastorno bipolar es haber sufrido algún episodio de manía o hipomanía (exaltación del estado de ánimo). Si el paciente debuta con su enfermedad experimentando exclusivamente episodios depresivos durante un tiempo y al cabo de unos años aparece un cuadro maniforme, es fácil que se haya diagnosticado exclusivamente de depresión (y como mucho de depresión recurrente).
Desgraciadamente para los psiquiatras, no existen en psicopatología los síntomas patognomónicos (es decir, aquellos que son necesarios y suficientes para establecer un diagnóstico, algo así como “la prueba del nueve”). Pero si consideramos que algunos síntomas se dan “especialmente” en alguna enfermedad mental, y por la misma razón deben valorarse las asociaciones de síntomas (es decir los síndromes, aquellos que van unidos los unos a los otros).
Aquí hay que destacar como es el síndrome o fase maníaca:
- Se caracteriza esencialmente por la exaltación, la desinhibición y el desbordamiento inistintivo-afectivo. No se trata qué la persona esté contenta, que esté de buen humor, o que no esté deprimida, no, lo que ocurre en el síndrome maníaco es el que humor es expansivo, eufórico en exceso, pero con una gran labilidad ya que fácilmente pasa a la irritabilidad y a las descargas violentas ante la menor oposición o pequeña frustración. La gran elevación de los sentimientos del propio valor y del propio poder se traducen en una altísima e invulnerable conciencia del sí mismo, que conduce al individuo a empresas excesivas y quijotescas y a una prodigalidad ruinosa.
- Los procesos cognitivos están acelerados, pero ello no es bueno en sí mismo, ya que los rendimientos intelectuales son pobres y superficiales, debido a que la persona no tiene filtro en cuanto a los estímulos que atraen su atención… esto se refleja en su discurso que está lleno de asociaciones laxas y también en sus acciones, que pasan de una cosa a otra de forma rápida y volátil.
- En general, se produce un aumento notable de la actividad motora: los pacientes aparecen atareados e infatigables, con una escasa necesidad de dormir, que incluso puede poner en peligro la homeostasis del medio interno.
- En las relaciones interpersonales, el trato es fácil y directo, aunque rápidamente puede volverse pendenciero, chabacano o grosero.
- En los casos más graves, la exaltación del humor y de la autoconciencia de uno mismo puede llevar al sujeto a trastorno del pensamiento (psicóticos) presentando delirios de tipo megalomaníaco (como tener poderes especiales, o una misión que completar), aunque también de perjuicio y persecución (al interpretar que el entorno le es hostil debido a sus elevadas capacidades).
El síndrome hipomaníaco, es similar, pero en menor medida. En éste, nunca aparecerán trastornos de tipo psicótico.
La fase depresiva del trastorno bipolar, se opone casi punto por punto al episodio maníaco que he descrito.
- El humor es depresivo, con gran tristeza y desesperanza, la mayoría de veces inmotivada o cuando menos desproporcionada al hecho que parece haber iniciado la tristeza.
- Existe una pérdida de la capacidad de sentir placer y el sentimiento de la falta de sentimientos a menudo es un tormento difícil de soportar.
- La sensación de insuficiencia se expresa de varias maneras: desde las ideas negativos sobre uno mismo, sobre el mundo y el futuro, ideación de culpa, ruina y autorreproche, y pensamientos autodestructivos que pueden conducirle al suicidio.
- El curso del pensamiento se halla profundamente enlentecido, existiendo una incapacidad para fijar la atención, una insuficiencia en el aprendizaje y la incapacidad para planificar es la norma.
- La vida social prácticamente se sustituye por el repliegue en uno mismo.
- Aparece una gran lentitud de los movimientos, una apariencia (y realidad) de fatiga permanente, disminuyendo la actividad física.
En resumen, si leemos cuidadosamente esta descripción, creo que nos abstendremos a utilizar el epíteto de bipolar, como si de una broma se tratara.