Preocuparse por la salud es una conducta adecuada y adaptativa que nos ayuda a prevenir enfermedades. De hecho, cada vez la medicina en el mundo occidental se orienta hacia la prevención de los factores de riesgo de determinadas enfermedades. Por otra parte, parece razonable que si acudimos al médico cuando percibidos determinados síntomas y se realiza un diagnóstico precoz (“está cogido a tiempo”) esto determinará un mejor pronóstico.
Ahora bien, como todo en la vida, en toda acción puede haber exceso, defecto y término medio, y en este último radica la virtud. Todos sabemos que significa el término hipocondría, y sobre todo en su variante peyorativa cuando se atribuye el adjetivo a una persona:
“Es un hipocondríaco”
HIPOCONDRÍA
Presente en el cinco por ciento de la población, no hay diferencias entre sexos y suele aparecer en la edad adulta temprana.
Las personas que padecen hipocondría presentan una preocupación excesiva, miedo o incluso terror a tener una grave enfermedad, mejor dicho, en algunos casos, tienen la certeza de que sufren esta enfermedad grave, avalados por la percepción de ligerísimos síntomas. El paciente con tendencia hipocondríaca, acude a consultas médicas para que le corroboren lo que él ya sabe, o sea “lo peor”. Los síntomas que se suelen malinterpretar están referidos a sensaciones corporales tan inespecíficas como percibir un fuerte latido de corazón, haberse hecho una pequeña herida, o a sensaciones físicas todavía más vagas.
Como el paciente ha consultado esos síntomas en internet (antes se hacía en vetustos tomos de “Enciclopedias Médicas” o “Manuales de Primeros auxilios en el Hogar”) y ha encontrado con mucha facilidad una enfermedad gravísima, rara y por supuesto incapacitante o mortal a la que atribuye las “anomalías” que experimenta.
Aunque estas personas pueden parecer cómicas cuando explican sus síntomas y sus conclusiones, sí que padecen una enfermedad (un trastorno de somatización)… No es la enfermedad que creen tener pero sí un padecimiento que les genera una gran inquietud, temor y que puede limitar grandemente su calidad de vida. Acuden a consultas médicas para “tranquilizarse” pero la calma que consiguen cuando se les da un diagnóstico en negativo no suele durar mucho tiempo, porque su pensamiento es torturante y les puede llevar a que no les han practicado las exploraciones precisas, o aunque se hayan hecho, pueden que no se hayan interpretado bien… Como los síntomas que sufren son inespecíficos y probablemente debidos a la ansiedad que están sufriendo, la continua presencia de los mismos les hacer entrar en una rumiación en cortocircuito.
Querría comentar brevemente sobre la información médica a la que se puede acceder a través de internet: hay información muy buena, buena, regular, mala y muy mala; existen por tanto consejos y criterios para distinguir si las páginas a las que se acude son fiables. Pero también hay páginas web de información muy tendenciosa, en las que todo se soluciona con un solo producto que contiene una sustancia casi mágica –aunque sea vegetal y por tanto natural- a imitación de aquellos charlatanes que vendían “crecepelos” que servían para todo, desde la calvicie, al asma y al reuma, en los antiguos westerns de mi infancia.
Y por último (en lo referente a la información de internet) aunque haya páginas estupendas, con información fiable y contrastada, el problema reside en la capacidad del lector para categorizar esa información. Una persona angustiada porque le duele la cabeza, con mayor facilidad creerá que tiene un “tumor cerebral” que “un catarro” aunque esto último sea lo más lógico. No en vano, la carrera de Medicina tiene una duración de seis cursos, más los años de especialidad correspondiente. Nadie es capaz de diagnosticar sin el árbol de decisión lógica del que se ha impregnado en esta larga trayectoria.
Volviendo al sufrimiento que produce la hipocondría, los componentes esenciales son de tipo:
- Cognitivo: Pensamientos acerca de la corporalidad y de la posibilidad de padecer diferentes enfermedades (graves, debo añadir). Atención en exceso centrada en las funciones corporales con una marcada tendencia a vivirlas como signo de enfermedad. Rumiación sobre las consecuencias de dicha enfermedad.
- Fisiológicos: Ansiedad en sus manifestaciones vegetativas: taquicardia, sudoración, temblor, molestias digestivas… Todo ello corrobora la “realidad” de la supuesta enfermedad física del paciente.
- Emocional y afectivo: Intranquilidad interna, desasosiego, especialmente si tiene noticia sobre algunas enfermedades o sabe de alguien que está enfermo. Puede alternarse la inquietud con un estado de ánimo apesadumbrado o desesperanzado.
- Conductuales: Hablar continuamente de sus “dolencias” a propios y extraños. Búsqueda de información (ya he mencionado las fuentes de hoy día). Observación repetida sobre uno mismo, incluso manipulación para realizar comprobaciones (el tamaño de un grano o un bulto, por ejemplo). También he mencionado que se incrementan las visitas a médicos (doctor shopping) normalmente sin más criterio que el de descartar patologías. Habitualmente la relación con los médicos oscila entre el alivio (cuando se le tranquiliza de que no le sucede nada de lo que teme) y la desconfianza (por el mismo motivo)… asimismo, muchos médicos pueden impacientarse por tener que explicar algo una y otra vez. Cuando algún médico le solicita alguna prueba complementaria (normalmente para que se quede tranquilo) esto es interpretado como una confirmación de que tiene algo grave y el tiempo de espera hasta el resultado suele ser agónico para el paciente (en sentido figurado y en relación al disparo de ansiedad que experimenta).
NOSOFOBIA
Etimológicamente nosofobia quiere decir “temor a la enfermedad”. Se trata de un trastorno específico de ansiedad, esto es una fobia. El paciente que la sufre presenta un miedo exacerbado, irracional e incontrolable a desarrollar una enfermedad mortal.
Sin datos epidemiológicos claros, se trata de una fobia a un estímulo interno (aunque este ni siquiera haya aparecido). Parece ser más frecuente en personas cuyo trabajo esté muy relacionado con la salud y sobre todo en estudiantes de ciencias de la salud. La presupone que esta mayor incidencia estará relacionada con la impresión que algunas enfermedades pueden provocar en las personas.
No obstante, el paciente que padece nosofobia es un evitador frente a la consulta del médico, ya que les genera mayor temor descubrir que tienen una afección letal o peligrosa que el propia probabilidad de tenerla, por lo que prefieren vivir sin averiguarlo. Como todos los humanos sabemos cuál es nuestro final, estos pacientes sienten una aversión total al paso del tiempo y al hecho de cumplir años.
DIFERENCIAS ENTRE NOSOFOBIA E HIPOCONDRÍA
Parece lógico suponer que ambas alteraciones están relacionadas, pero existen algunas diferencias:
- La persona con hipocondría “sabe” es decir tiene la certeza de que padece una enfermedad, mientras que el paciente con esta fobia experimenta el temor hacia un futuro improbable aunque plausible.
- El paciente hipocondríaco es un consumidor exhaustivo de recursos médicos, visitas, exploraciones, segundas opiniones, que tienen por objeto ratificar sus sospechas. El paciente con nosofobia tiene tanto temor a las propias palabras que se refieren a enfermedades, que en contra de todo sentido común esencial, es un evitador de los más simples y rutinarios controles por si sus sospechas para un futuro se han hecho realidad en el presente.
- El paciente que sufre de hipocondría suele hablar (y recrearse) en las enfermedades (especialmente en las “suyas”) mientras que el paciente fóbico realiza un mecanismo de evitación para eludir hospitales, personas enfermas, centros de salud, por el riesgo de descubrir (y preocuparse) por una nueva enfermedad que el desconozca.
Mientras escribo estas diferencias, me doy cuenta de que me voy a contradecir a mí misma, esto es, las diferencias relatadas lo son en teoría, pero en la práctica un paciente con una gran propensión a sufrir por su salud o la de los suyos también puede tener en algún momento un “modus operandi” más propio de la fobia que de la hipocondría.
El enfermo imaginario y la superstición
El dramaturgo francés Jean-Baptiste Poquelin (1622-1673) universalmente conocido como Molière, estrenó en febrero de 1673 el ballet-comedia Le Malade imaginaire. Se trata de su última obra, en la que el propio autor representaba el papel de Argan, el “paciente imaginario” que da título a la obra.
Argan, preocupado por su salud, es decir una persona que sufre claramente de hipocondría, se somete a purgas, sangrías y todo tipo de remedios propios del siglo XVII, dispensados por médicos pedantes, ansiosos por complacer (y cobrar) a su paciente. En una escena de la obra la doncella de la casa se disfraza de doctor y le da consejos irónicos que ridiculizan a la profesión médica.
El cuarto día de representación, Molière se sintió indispuesto y murió unas horas más tarde en su casa. El personaje de Argan vestía unos ropajes de color amarillo, por lo que este color es considerado en el mundillo teatral que da mala suerte en escena, por lo que apenas se utiliza.