Nos informa la OMS que desde el inicio de la pandemia del coronavirus y por esta causa han muerto más de cinco millones de personas en el mundo (esto sin contar los que no han entrado en la estadística).Por otra parte a lo largo de estos veintiún meses (pronto dos años ya) y como es habitual, la prensa ha ido informando de fallecimientos de personas famosas o conocidas por su trayectoria profesional, no todos han fallecido por la maldita COVID-19, desde luego, sobre todo el cáncer, en otros casos accidentes o sucumbir a la propia vida, esto es, la vejez.
Esta semana se han ido dos grandes de la cultura contemporánea: Stephen Sondheim y Almudena Grandes. Es curioso como la muerte de personas a las que no conoces, solo sabes de ellas por sus obras, músico el primero y escritora la segunda, me pueden doler, no digo como si fueran de mi familia, pero me afligen y desconciertan. La suerte es que no se han ido del todo, su ausencia no es completa, nos queda su obra, para escuchar, para leer, para abrirnos la mente y las emoción.
En 2014 (¡siete años!) en una entrada sobre el apego hablé sobre el compositor Sondheim, debido a que había visto un documental sobre su vida y obra en una plataforma y me había parecido muy interesante, sobre todo como desnudaba su alma para hablar de las relaciones problemáticas con su familia… no se si estará disponible todavía.
En el vídeo al piano el propio Sondheim y cantando su canción más famosa, Bernardette Peters.
De Almudena Grandes que puedo decir que estos días no se haya dicho ya. El último libro que leí de ella, La madre de Frankenstein, trata sobre la situación de la psiquiatría en España en la década de los 50, y el eje central de la narración se sitúa en la última etapa de la vida de un personaje real, Aurora Rodriguez, ingresada en el psiquiátrico de Ciempozuelos. Esta mujer en los años 30 asesinó a su hija prodigio Hildegart Rodriguez, cuando la madre vio que perdía el control sobre la joven que estaba destinada a ser un «modelo de la mujer del futuro».
En la historia salen personajes reales, como los Doctores Vallejo-Nájera y López Ibor (cuyos hijos también fueron psiquiatras) dos paladines de la psiquiatría del franquismo. En contraposición se encuentra el Dr. Germán Velázquez, personaje ficticio inspirado en el Dr. Carlos Castilla del Pino. En la ficción este psiquiatra educado en Suiza regresa a nuestro país para poner en práctica un tratamiento novedoso, la clorpromazina, el primer antipsicótico que mitiga los efectos de la esquizofrenia. Aunque es cierto que la clorpromazina se desarrolló en 1950, su uso no llegó a España hasta años más tarde.
Los antipsicóticos han hecho soportable la vida de muchos pacientes con diagnósticos graves. Pero de su novela me quedo con la humanidad de los personajes de ficción, el Dr. Velázquez y la auxiliar María Castejón, esta última una mujer joven trabajadora y de humilde origen, tan arquetipo de la época en nuestro país, pero inteligente y a la que la propia enferma enseña a leer.