“Me preguntas Cíclope cómo me llamo…voy a decírtelo.
Mi nombre es nadie y nadie me llaman todos…”
(Odisea Canto IX, 360).
Quién así se expresa es Ulises, rey de Ítaca (también llamado en griego Odiseo) uno de los héroes legendarios de la mitología griega que aparece como personaje en la Ilíada, siendo el protagonista de la Odisea, ambas obras atribuidas a Homero. Ulises, eterno emigrante, ya que pasó veinte años fuera de su pequeña isla, los diez de la guerra de Troya y los diez años que duró su periplo de regreso a su hogar, viaje jalonado de aventuras y peripecias.
Ahora bien, en la actualidad se conoce como “Síndrome de Ulises” al padecimiento de estrés crónico y múltiple que puede darse entre los emigrantes.
El Homo sapiens, desde su aparición sobre la faz de la Tierra (y mucho antes con sus especies antecesoras), ha sido emigrante, siendo esta capacidad y posibilidad un recurso altamente adaptativo para la especie.No obstante, hoy en día, la migración representa la única opción no ya para la especie, sino para millones de individuos que por razón de pobreza extrema o conflictos bélicos se ven forzados a emprender un largo y peligroso viaje para intentar asentarse en zonas más “civilizadas” del planeta, los países desarrollados de Europa y América del Norte.
Muchas de estas personas desarrollan cuadros clínicos de notable gravedad, ya que la cantidad de acontecimientos vitales estresantes en su particular periplo es inmensa:
- La separación de los seres queridos, ya que se produce una ruptura de las familias, tanto de la familia nuclear como de la familia extensa.
- Las peligrosas condiciones durante su “viaje a Ítaca” (pateras, escondidos en vehículos) por los que además han tenido que pagar una pequeña fortuna (para el emigrante, una gran fortuna).
- El miedo a la detención o expulsión del país de arribada.
- En el mejor de los casos la lucha por la supervivencia (techo y comida) una vez alcanzado el punto de destino.
- La búsqueda de un trabajo y si se consigue las precarias condiciones del mismo, la falta de oportunidades.
- La situación de desarraigo, con una escasa o nula red social, o bien que la misma esté mediatizada por quien busca el aprovechamiento de estas personas.
Podemos decir que estamos ante situaciones que van abocadas a la cronicidad, esto es así por una serie de factores:
- La multiplicidad, ya que todos entendemos que no es lo mismo sufrir uno que varios factores de estrés.
- La cronicidad. De la misma forma es mucho más grave padecer una situación estresante durante meses o incluso años que durante pocos días, con lo que el malestar se hace acumulativo.
- La intensidad y relevancia dichos factores estresantes, que en su mayoría son límite.
- La nula sensación de control, por las razones obvias que todos sabemos.
- Por últimos ya hemos mencionado la escasa red social cercana (amigos, parientes) pero también a nivel “social” extenso… La mayoría de estas personas no existen a nivel social, y hay que hacer notar que a mayor cronicidad de una problemática también hay un menor mantenimiento de las redes de apoyo.
Una historia real:
En mis años de estudiante de medicina compartí residencia con una muchacha cubana, aunque en ese momento tenía ya nacionalidad estadounidense. Iba tres cursos por detrás de mí, a pesar de tener mi edad y ser una chica sumamente estudiosa, pero sus circunstancias vitales le habían impedido tener un expediente académico suficiente para optar a cursar Medicina en una universidad norteamericana, por lo que vino a Navarra. Durante las pausas del estudio me contó muchas cosas acerca de la salida de su familia de Cuba.
La familia -padre, madre, mi amiga Alicia y su hermano mayor Enrique- no recuerdo porqué habían recibido ayuda de una organización religiosa de nuestro país y recalaron primero en Madrid donde vivieron durante casi un año. No tenían nada, pues nada pudieron llevarse de la isla (de hecho al padre ya le habían confiscado su negocio tiempo atrás). Alicia me explicaba la sensación de desarraigo y desamparo pues dependían de la caridad y buena voluntad de las personas que les había ayudado: les pagaban el alquiler en un piso modestísimo, los suministros y la comida, también consiguieron ropa de abrigo de prestado pues llegaron en el frio enero. Habían huido del régimen castrista a principios de 1974, por la amenaza inminente de que su hermano fuera llamado a combatir en la guerra de independencia de Angola, conflicto en el que Cuba participó enviando soldados.
Sus padres no consiguieron ningún trabajo y estaban desesperados y a la espera de que un pariente en Estados Unidos pudiera tramitarles un permiso de residencia. Después cuando ella y su hermano estaban más o menos bien acudiendo a un instituto del extrarradio madrileño se trasladaron a New Jersey, donde el padre consiguió trabajo.
Parece una historia con un final feliz. Pero todo este viaje se llevó la salud mental de la madre, que según mi amiga era una mujer de clase media, elegante y cariñosa que vivió con sumo pesar todas las pérdidas acumuladas: el estatus, su vivienda confiscada, su negocio, el riesgo de que su hijo fuera a una extraña guerra en otro continente, el depender de la caridad, la adaptación a Madrid, la adaptación a Paterson, la ciudad en la que vivían los primos y donde fueron a parar. La madre de Alicia cayó primero en un cuadro de somatizaciones y caras consultas médicas, después claramente en una depresión, en la que predominaban los síntomas de gran irritabilidad y hostilidad hacia todo y hacia todos. Se divorció de su marido y marchó a vivir a otro estado, donde tampoco pudo “rehacer” su vida. Tenía un contacto muy esporádico con sus hijos. Incluso las historias que tienen un THE END dichoso pueden tener una trágica continuación.
si, bastante utiles, para quienes trabajamos en lienas cercanas, saludos desde valencia, donde colombianos estamos buscando hacer incidencia en la salud mental de nuestros migrantes de America latina.
Qué interesante y necesario su trabajo. Mucha suerte. Gracias por el comentario.