El miedo y la ansiedad utilizan mecanismos similares de respuesta en el organismo, sin embargo presentan diferencias en lo que respecta al precipitante que los pone en marcha.

Mientras que el miedo es una respuesta cognitiva, emocional y fisiológica apropiada a una amenaza percibida. La ansiedad está relacionada con comportamientos defensivos específicos en las respuestas de lucha o huida, es decir en el comportamiento defensivo o el escape.

Hay autores que postulan que la ansiedad solo ocurre en situaciones percibidas como incontrolables o inevitables, pero otros estudiosos como Barlow definen la ansiedad como “un estado de ánimo orientado al futuro en el que el sujeto no está preparado para hacer frente a los próximos sucesos negativos, siendo la distinción entre los peligros futuros o presentes lo que divide la ansiedad del miedo.

Otro abordaje, como el de la psicología positiva describe la ansiedad como el estado mental que resulta de un desafío difícil para el cual el sujeto no cuenta con suficientes habilidades de afrontamiento.

El miedo y la ansiedad se diferencian en cuatro dominios:

  • Duración de la experiencia emocional.
  • Foco temporal.
  • Especificidad de la amenaza.
  • Dirección motivada.

El miedo es de corta duración, está centrado en el presente, orientado hacia una amenaza específica y facilita el escape de la amenaza.

La ansiedad es de acción prolongada, se centra en el futuro, la amenaza es de tipo difuso y promueve una precaución excesiva a una amenaza potencial que interfiere en un afrontamiento eficaz.

Entonces, se podría concluir que la ANSIEDAD aunque también lo consideremos como un mecanismo adaptativo y de defensa del organismo, puede ser tremendamente magnificada por nuestros pensamiento, cognición y predisposición interna. Dicho proceso, que debería facilitar las acciones fisiológicas más convenientes ante situaciones amenazadoras o cuando menos preocupantes…

 ¿Cómo nuestro cerebro evalúa las amenazas?

Una circunstancia se considera amenaza en función del resultado de varios procesos de valoración:

  1. ¿Qué ocurre?
  2. ¿Cómo me afecta?
  3. ¿Qué consecuencias podría tener?
  4. ¿Qué competencias tengo para enfrentarme a ello?
  5. ¿De qué recursos dispongo?
  6. ¿Qué confianza tengo en los propios recursos?

Los tres últimos puntos, son los que ahora y de forma tremendamente exhaustiva se vienen a denominar “herramientas”. Al margen, de esta velada crítica del lenguaje psicológico que nos acecha, vamos a pormenorizar:

  • Todas estas valoraciones, en los humanos, están basadas en el procesamiento cognitivo de la información, es decir a través del pensamiento, que juega un papel fundamental en las acciones relacionadas con la ansiedad.
  • De dichos procesos mentales se deriva una determinada visión de la realidad, tanto externa a nosotros como la que corresponde a la representación de nosotros mismos. Y es la construcción de esta realidad la que activa las acciones oportunas por parte del individuo y la disposición fisiológica precisa para su desarrollo.
  • En nuestro cerebro, además, existe una poderosa “app” que es la imaginación. Es decir, la posibilidad de representar de forma simulada o virtual, lo que puede llevar a experimentar y analizar diferentes definiciones de esta realidad, su desarrollo, sus consecuencias, su posible cambio o manipulación. Y también, de forma retrospectiva, realizar diferentes lecturas de lo sucedido.
  • Dentro de los procesos cognitivos, los pensamientos de tipo anticipatorio tienen una gran importancia. Veamos, si la función de la ansiedad es la movilización del organismo frente a peligros o amenazas, esta ansiedad debería activarse antes de que el peligro se concrete. Esto es, sería conveniente estar previamente advertidos y activados ante la eventualidad de un riesgo.

La anticipación es un proceso de evaluación cognitiva basado en la experiencia y otras fuentes de conocimiento que prevé las consecuencias que un acontecimiento dado provocará en un individuo.

La anticipación, sin embargo, no consiste en un único proceso. Abarca desde una evaluación rápida, casi intuitiva o automática hasta un proceso de predicción deliberado, basado en inferencias inductivas o deductivas. Con ello me refiero que podemos hablar de anticipación en un amplio abanico de situaciones desde un riesgo inminente (si vemos un vehículo que se abalanza sobre nosotros) como en una circunstancia muy compleja (jugando una partida de ajedrez, con el cálculo de nuestros movimientos y el de nuestro adversario).

Por ello, los psicólogos cognitivistas  definen los siguientes términos:

  1. Evaluación primaria (o cuál y cómo es la amenaza).
  2. Evaluación secundaria (qué se puede hacer).
  3. Expectativa de eficacia (qué capacidad se atribuye la persona para enfrentarse).
  4. Expectativa de resultados (qué se espera que suceda).

Y en función de dichas predicciones se experimentará un estado emocional (agradable o displacentero) dependiendo de cómo se vea afectado el individuo.

Así mismo, la anticipación, también produce un efecto motivacional. Esto es, los pensamientos anticipatorios que no se desmarcan de los límites de la realidad tienen la capacidad de motivar el desarrollo de competencias y planes de acción.

Sin embargo, la anticipación no está exenta de riesgos. Aunque nos hace precavidos, existen personas extraordinariamente sensibles a las señales negativas o de castigo, y estas personas pueden responder con reacciones emocionales muy intensas, que llegan a interferir en sus aprendizajes, a desorganizar la conducta e incluso producir síntomas clínicos, como el trastorno de ansiedad generalizada. Pongamos un ejemplo:

Imaginemos a una persona que tiene que presentarse a un examen. En una situación de ansiedad anticipatoria pueden aparecer pensamientos catastróficos como:

«No podré hacerlo»

«Me quedaré en blanco»

«Me van a suspender»

que producirán un aumento de la activación. Si esta activación es muy elevada se produce una disminución del rendimiento, pudiendo llevar a una situación en la que el organismo se bloquea e inevitablemente se llega a la «profecía autocumplida». 

En Psicología se conoce este fenómeno como la Ley de Yerkes-Dodson: