En las últimas semanas he atendido a dos personas que precisaban un certificado de «acompañante terapéutico» para su animal de compañía. Puede parecer una cosa caprichosa o superficial, pero doy fe que para muchas personas ese animal de compañía ejerce un efecto cuando menos ansiolítico, y posiblemente representa una de sus mas importantes vinculaciones afectivas.
Hace dos años y medio nos dejó nuestra Kida, la perrita de casa. Nos acompañó durante catorce años y medio, y como todos los poseedores de mascota entenderán, era un miembro de pleno derecho de nuestra familia.
Durante muchos meses estuvimos de duelo. Puede parecer algo baladí cuando tantas personas sufrían por la pérdida de un familiar o un amigo, a manos de esta cruel infección pandemia que nos ha azotó de valiente y cambió costumbres, agotó al sistema sanitario y ha dejado secuelas a largo plazo a personas que lo sufrieron. Y ojo, que sigue y seguirá entre nosotros.
Sin embargo, así es, estuvimos muy entristecidos, y todavía siento una punzada de dolor cuando pienso en ella, en su final. Entró en casa un enero ya muy lejano, envuelta en una toalla en brazos de mi hija, promotora de la incorporación de esa bola peluda a nuestro hogar y orgullosa propietaria de “Florencia de Thevenet” que ese era el nombre oficial que le puso su criador. En familia decíamos que con semejante pedigree, nosotros éramos sus “humanos de compañía”. Y su nombre constantemente sufría variaciones, Kida, Kidita, Kidona, Princesa, Kida-guapa, Gordi, y con su sabiduría perruna, a todos respondía.
Se han hecho estudios sobre la capacidad de los perros en entender el lenguaje humano, doy fe.
Compañía, cariño, deseo de agradar y un montón de anécdotas que salpicaron la existencia del maravilloso animal que tuvimos la suerte de tener con nosotros esos años. No sé si se pueden evaluar los sentimientos animales, pero ella nos proporcionó mucho amor o algo que se le parece tanto que no tiene otro nombre para describirlo.
Existen muchas citas de famosos sobre los perros, entre ellas:
«Todo el conocimiento, la totalidad de preguntas y respuestas se encuentran en el perro» Franz Kafka.
Y una de un escritor menos sesudo, Jerome K. Jerome:
«… el perro es un animal muy imprudente. Jamás se detiene a averiguar si aciertas o yerras, no le interesa saber si subes o bajas la escalera de la vida, nunca pregunta si eres rico o pobre, tonto o listo, pecador o santo; si tienes buena o mala fortuna, si tu reputación es excelente o pésima. Si te creen honorable o infame. Seguirá contigo, para consolarte, protegerte y dar su vida por ti”
Si existe un cielo perruno, Kida estará en él, haciendo compañía a mis padres y jugueteando con los que la precedieron: Alaska, la colega de mi adolescencia, Trotsky, aunque de combativo nombre, bonachón y faldero perrito de mis padres, a diferencia de Harpo -también de ellos- que era tan gracioso como salvajillo. Y Nina y Kira, las dos últimas compañeras de mi madre.
Como decía mi marido, ojalá ella haya sido tan feliz con nosotros… y que ahora se le permita comer todo el pan que quiera (su segunda cosa preferida) la primera era nuestra compañía. Estarás siempre en nuestro corazón Kida-guapa.
Quien tenga mascota, haya perdido una o tenga miedo a perderla, me entenderá.