Pandemia: Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región.
Hasta el siglo XX cuando se hablaba de epidemia y por supuesto de pandemia, la clase médica se refería a enfermedades infecciosas, que a lo largo de la historia de la humanidad han arrasado con buena parte de su población.
Algunas de estas epidemias, como la viruela (infección vírica producida por el Variola virus, que llegó a ser tan mortal que sólo sobrevivían el 30% de los afectados y aunque se conocía de antiguo fue especialmente terrible en el siglo XVIII. Además de su letalidad, la viruela fue la infección para la que se dispuso la primera vacuna, diseñada por Jenner en 1796. Esta enfermedad ha acabado con unos trescientos millones de vidas, pero actualmente se considera erradicada.
Pero actualmente, y según datos de la Organización Mundial de la Salud, la depresión (o el conjunto de los trastornos depresivos) afecta a más de trescientos cincuenta millones de personas en el mundo. Esta cifra es superior a toda la población de Estados Unidos… y el doble de la suma de los habitantes actuales de Rusia y Polonia. Impresionan las cifras e impresionan los efectos de la enfermedad sobre la salud, calidad de vida y dolor emocional de cada una de estas personas.
No se trata de una enfermedad infecciosa, no. En otras entradas he hablado de las causas, de los múltiples factores que pueden contribuir a que aparezca un síndrome depresivo, desde los genéticos, los epigenéticos, los traumas, los factores de estrés sostenido y como no, los factores de personalidad y las estrategias que cada uno ha ido desarrollando para encarar la vida.
Sin embargo, no teniendo una vacuna biológica (como las de la viruela o el sarampión) se hace vital conocer aquellos factores que pueden empeorar un cuadro depresivo, o bien convertirlo en algo más grave si estamos ante un trastorno incipiente.
La OMS ha realizado durante 2017 un extenso programa para prevenir la depresión, especialmente en grupos de riesgo como la adolescencia, el postparto y la tercera edad.
En el día a día, todos podemos hacer algo por nuestra salud, física y psíquica, veamos que hábitos cotidianos podemos mejorar para protegernos de este terrible mal:
- Cuidado con el estrés
Estrés, amplio concepto y aunque no siempre sea igual de dañino, en algunos casos no solo puede generar ansiedad, sino que algunas situaciones de estrés sostenido pueden provocan de manera insensible episodios depresivos, que se caracterizarán no tanto por la tristeza, sino por un estado anímico de irritabilidad, algunas alteraciones cognitivas como falta de atención, memoria y concentración, y abrumadores sentimientos de fatiga y cansancio.
- Sueño, que sea reparador
La higiene del sueño es fundamental para tener una buena salud. En nuestro país de trasnochadores esto puede acentuar la fatiga. El dormir mal suele ser un síntoma de los estados depresivos, pero también se ha apreciado que las personas proclives a sufrir insomnio o dormir poco por diferentes causas, como puede ser turnos en su horario de trabajo, puede favorecer la presentación de la depresión.
- Comer saludablemente
Nuestra alimentación incide en el metabolismo, y a la larga pueden intensificar la presencia de determinados síntomas ó al contrario, proteger a nuestro organismo de los mismos. (enlace correspondiente).
- Cuídate de con quien andas…
Cuando una persona sufre un cuadro depresivo sus pensamientos son de tenor negativo y casi siempre con un tipo de razonamiento circular. Uno de los pilares para tratar las depresiones leves o moderadas es aprender a reestructurar estos razonamientos y cambiar las creencias que afectan a la autoestima y al sentimiento de culpabilidad.
Pues bien, todos sabemos que a nuestro alrededor hay personas negativas (a las que ahora se les viene llamando tóxicas), entre cuyas “cualidades” (esto es sarcasmo, claro) están la gran capacidad que tienen para la queja, lo fácilmente que se escabullen de sus responsabilidades y que además creen que las cosas “no valen la pena”. Rodearse de este tipo de personas, puede hacer que contaminemos nuestra visión del mundo y sobre todo de nuestra autoestima, ya que pueden confirmar (sin el menor análisis, solo porque sí) nuestras creencias más negativas acerca de nosotros mismos.
- Y cuidado con las relaciones cibernéticas…
Cada vez se van publicando más estudios acerca de los peligros de las redes sociales como generadores de estrés y de baja autoestima. Bueno, si siempre vemos a nuestros “amigos virtuales” pasándoselo en grande, comiendo paella, viajando al sudeste asiático, o de copas, nos puede parecer que nuestra vida es aburrida, vacía, poco interesante, ya que tendemos a hacer comparaciones inexactas… todos los demás frente a mí. Nadie sube una foto en Facebook o en Instagram cuando se encuentra con una dificultad cotidiana, no, solo se lanzan aquellas cosas que pensamos que son “chulas”.
Este efecto comparativo devastador, se acentuará si estamos desanimados o desmoralizados o con un estado de ánimo triste.
Para muestra un botón… ¿alguien ha visto un episodio de la serie Black Mirror, llamado “Caída en picado”?
- Leer
Esa vieja costumbre que nos enseñaron en la escuela. Leer, leer nos hace mejores personas. Pero no me refiero a libros de autoayuda, sino simplemente leer ficción, buena ficción. Y no lo digo yo, lo dice la reputada revista Science, en un artículo publicado en 2015.
«La palabra escrita me enseñó a escuchar la voz humana, como las grandes actitudes inmóviles de las estatuas me enseñaron a apreciar los gestos” (‘Memorias de Adriano’ de Marguerite Yourcenar)